Niñas, niños, esto está lleno de
SPOILERS. Es inevitable. O si lo es, pero no sabría de qué hablar entonces. Si
no has visto la película, espérate y disfrútala en el cine. No es perfecta,
pero es un ejemplo, al igual que lo son sus dos predecesoras en la saga, y en
general todo lo que hace Nolan, de cómo debería ser una gran superproducción.
Grande, épica a un nivel casi wagneriano, intensa, tensa, divertida y con un
cierre de pura (y manipuladora) emoción.
Nolan es obvio, mucho. Vale, no
me estaba refiriendo al final de Origen, pero incluso ese último onanismo
mental cobra sentido dentro de esa megaestructura armada por Nolan entorno a
los sentidos, puestos que son ellos – vista,
olfato, oido, gusto, tacto, arácnido – quienes hacen posible el proceso nervioso
conocido como percepción. La percepción de aquello que es real y que no. Nolan
se tira casi una hora de Origen explicándonos una y otra vez como funciona el
mundo de los sueños, como trabajan ellos, en qué consisten los niveles, que peligros
entraña (si no hay peligro no hay interés, guionistas; tampoco estaría mal
empatizar con los personajes) morir en un sueño, etcétera. Si la película
necesita un par de visionados no es por la complejidad de su propuesta sino por
la cantidad de información a asimilar. En el otro extremo está Primer. Como decía
mi abuela, “ni tanto ni tan calvo”.
Cuando insisto en que es obvio no lo hago de un modo peyorativo, su concepción de espectáculo cinematográfico,
porque con todas sus imperfecciones es un espectáculo descomunal, implica una
estructuración al detalle de la película, ya no al nivel básico de guión –con
sus tres actos, especialmente respectados en su trilogía del murciélago, si bien
extendiendolos exageradamente- si no incluso al comportamiento y devenir de sus
personajes, creando en este sentido una trilogía perfecta en cuanto al devenir
de la historia. Quizá hubiera sido más fácil hacer una película tras otra de
Batman cambiando al villano de turno y haciendo de cada entrega un nuevo
round, pero Nolan se ha atrevido a contar su visión del héroe, que como
expondré más adelante, no es Batman, es Bruce Wayne, lo cual ha acarreado
ciertas críticas desde algunas posiciones que sostienen que este Batman, no es
el Batman del cómic. Estoy de acuerdo. Con lo que no estoy de acuerdo es que
sea criticable. Nolan, cerebral y racional como es, despojó desde el primer
momento cualquier elemento mágico, fantástico o de ciencia-ficción que pudiera
impregnar al cómic para explicarnos un Batman real, posible, factible. ¿Es
factible que los enrevesados planes del Joker se cumplieran con precisión
maestra? Es posible, improbable pero posible. No había ningún mago metido en
medio la diosa Fortuna, puede.
Bajo esta premisa de “realidad
absoluta” Christopher Nolan y su hermano Jonathan, autores del guión en base a una idea del primero y de David S.Goyer -ocupado con el guión de Man Of Steel- deben justificar tal entramado. Porque recordemos que esta
película ha costado un quintal y pretende recaudar tres quintales. Eso implica
que no sólo los fans del personaje, o los lectores acostumbrados a la narrativa
del cómic, deben ir a ver la película. Ha de ir mucha gente, ¡pero mucha! Gente
que de aquí a dos semanas irá a ver Prometheus y que la semana pasada fueron a
ver Que esperar cuando estás esperando (y nos quejábamos del título español
de The Dark Knight Rises). Por ello sobrecargan la película de explicaciones y
justificaciones que lastran una narración que durante la mayor parte del
metraje, teniendo en cuenta todos los elementos y personajes que mueve, fluye
sin problemas. ¿Es necesario que Gordon, cuando Batman hace referencia a un
flahback de la primera película, nos inserten esos segundos de la película
original y además Gary Oldman tenga una línea de dialogo como “¡Bruce Wayne!”? Gordon
lo entiende, nosotros entendemos que Gordon lo entiende (porque no es un hecho
que nos haya sido ocultado, no tenemos el punto de vista de Gordon, no
descubrimos las cosas junto a él), pero Nolan, que por un lado nos quiere hacer
sentir respetados como espectadores al tramar un guión tan aparentemente
enrevesado, nos acaba tratando como niños, porque al fin y al cabo es una
película sobre ¿superhéroes?, cuyo cierre no admite interpretaciones como en
Origen o Memento. Por ese mismo motivo, John Blake en realidad se llama Robin
(no Dick Grayson, no Jason Todd, no Tim Drake). Como para no cambiarse el
nombre. Igualmente cargante y sobredesarrollada, es la explicación a viva voz
(encima aderezada con flashbacks) de todo el plan orquestado por Talia y de los
orígenes de Bane y ella misma.
Todo ello es notoriamente
criticable porque en la otra cara de la moneda tenemos una ejecución majestuosa
y grandilocuente. Rodada con una perfección técnica casi insultante, unos
efectos digitales usados sin excesos, como siempre hace Nolan, que están siempre al servicio de la
historia, haciendo que el drama que se nos explica (porque esto es un drama, de
la ostia) cobre dimensiones apocalípticas.
La fotografía de su habital
colaborador Wally Pfister, no tiene crítica posible. Incluso el lenguaje
cinematográfico que Nolan emplea siempre va un paso o dos mas allá que
cualquier superproducción de estas carácterísticas, especialmente en la parte
inicial del film, con planos muy cerrados, con nula profundidad de campo, que aisla
al personaje,anticipa la sensación de aislamiento –Bruce en la prisión, la
ciudad sitiada– que dominará la película, alejada del caos y la anarquía que
buscaba el Joker.
La música de Hans Zimmer de nuevo
se adapta como un guante a las imágenes, sacrificando la búsqueda de un tema
principal definitoria del personaje y de su propio lucimiento personal, con un
score que refuerza la tensión y la fuerza de las imágenes. Aún y así considero
que la mejor escena de la película, y una de las mejores de toda la trilogía y
de cualquier película basada en un cómic, es el primer enfrentamiento cara a
cara entre Batman y Bane, donde se presciende de música para
poder mostrar de forma tan cruda la caída del héroe, oyendo resonar sus
gritos de angustia e impotencia ante los
atronadores golpes que le inflige Bane.
El conjunto sale ganando por
encima de puntuales decisiones de escritura y dirección (inciso; sigo sin ser
capaz de discernir si la elipsis que permite tener a Wayne de vuelta a Gotham es un
clamoroso fallo de guión –las transiciones de personajes desde un punto A a un
punto B son muy desagradecidas de escribir- o si es una decisión de montaje
para no llevar la duración de la película a un extremo absurdo), y a ello
ayudan unos actores que, en última instancia, son los que elevan la película
unos puntos, creando una empatía con el espectador necesaria para que todo la
maquinaria de Nolan nos importe. Bale cree en su personaje, lo ha interiorizado
y lo ha dotado de una riqueza que no muestra signos de agotamiento en esta
tercera parte. La evolución de su personaje, desde un Howard Hugues de la vida
a un mártir escapista, completa un enorme arco que ha evolucionado desde la
primera entrega a su conclusión con una complejidad no vista en producciones de
esta envergadura. Su némesis, Bane, recae en el siempre profesional y
sacrificado Tom Hardy, que da una clase maestra de actuación gestual, y y un
uso magnífico de su voz (no sé hasta que punto retocada en postpo), transmitiendo
un miedo primitivo, mucho más físico que el que nos transmitía el Joker, con
quien las comparaciones (como acabo de hacer) deberían estar prohibidas, son
dos personajes completamente opuestos interpretados de forma perfecta. Las
nuevas incorporaciones, Joseph Gordon-Levitt (puro carisma y naturalidad, junto
a Fassbender y Gosling los mejores actores jóvenes del momento por mucho), cuyo
inmenso protagonismo da sobradas pistas del desenlace de su personaje, y Anne
Hathaway (para mi, su Catwoman Selina Kyle, es una sorpresa muy agrabable)
mantienen el listón que los secundarios siempre han tenido en esta trilogía. A los
habituales (Oldman, Caine, Freeman), pese a que por momentos parecen actuar con
el piloto automático puesto, aportan su experiencia fuera de toda duda a unos
personajes que han mantenido con increible dignidad y aplomo durante toda la
trilogía. La pata que me cojea es Marion Cotillard, no tanto por su actuación,
puesto que su transformación de idealista enamoradiza y sensual a
hijaputasociópata es ejemplar, si no por un guión que la obliga a realizar este
cambio quizá en un momento no demasiado apropiado, obligada a soltar una
parrafada explicativa en medio de una escena de acción, cortando el clímax y el
tempo y el ritmo y el rollo, con un final para su personaje muy forzado.
Como comenté antes, no es el
Batman del cómic, cierto. A excepción de algunas historias aisladas, pocos
arcos argumentales de DC focalizaban tanto sobre Bruce Wayne, que se limitaba,
en la mayor parte de ocasiones, a ser la máscara frívola y superficial que permite
a Batman moverse por la sociedad. Esto lo explicó Tarantino bastante mejor en Kill
Bill, en referencia a Superman. Nolan ha
hecho su trilogía sobre Bruce Wayne, sobre un hombre y su venganza, su sentido
del deber y responsabilidad, sobre unos ideales que, si nos ponemos a mirar con
lupa, personalmente me plantean unas dudas
que pueden hacerme sentar mal las palomitas. Afortunadamente, o no,
Nolan planta las semillas de una reflexión política que en ningún momento
llegan a germinar adecuadamente. Perdón por la metáfora. Al incio del film tenemos
la ley Dent,que permite encerrar a los delincuentes pertenecientes al crimen
organizado sin posibilidad de optar a la libertad condicional. ¿Qué tipo de
pruebas se necesitan para demuestra que alguien pertenece a la mafia? ¿Cuánto tarda
un puñetero juicio en celebrarse? En las anteriores entregas teniamos a una
policía incapaz y con las manos atadas, repleta de miembros corruptos. Tras la
aplicación de esta ley, que haría las delicias de Artur Mas, la policía tiene
mucho más poder y resulta, dentro de una sociedad limpia, perfecta, con
individuos idealistas y justos. Nolan, al igual que Spielberg, cree en el ser
humano, en su bondad, en su solidaridad. El Joker fracasó en su intento de
derrumbar los muros morales de una sociedad aparentemente enferma (la secuencia
de los ferrys es, en cierto punto, irritante), así que el plan de La Liga de
las Sombras en esta tercera parte, cuyo esqueleto se asemeja profundamente a
Begins, cerrando estructuralmente la trilogía, pasa por instaurar un estado
marcial, bajo la excusa de una revolución (es imposible no relacionarlo con
ciertos movimientos sociales que han surgido en los últimos años, los cuales se
están intentanto criminalizar desde diferentes mass media), aislando la ciudad
como si hubieran salido de la zona euro. Llegados a ese punto, si bien los
cinco meses que dura el sitio pasan en un suspiro gracias a unas elipsis bien
montadas, alternando el renacimiento de Wayne/Batman con la situación en
Gotham, se echa en falta una mayor profundización en la situación social en la
que queda la ciudad durante la dictadura de Bane & cía. Nolan plantea una
estructura aparentemente compleja en la que tan sólo nos muestran la
superficie, y le vale de sobra, porque al fin y al cabo nos encontramos ante un
film de acción basado en un cómic. En la decisión final de Wayne, no la de
abandonar el traje de Batman –su trilogía trata sobre Bruce Wayne, y el cierre
está clavado-, sino en la de ceder su puesto a John Blake a.k.a. Robin, se
refleja un posicionamiento ideológico, compartido y machaconamente expuesto por
el personaje de Gordon-Levitt, según el cual la justicia ordinaria no es
suficiente para combatir los elementos desviados de una sociedad aparentemente
perfecta, de una ciudadanía que sólo sale a la calle a celebrar, tanto que la
bomba ha explotado lejos y están a salvo (como si del meteorito de Armageddon
se tratara) como que han ganado la eurocopa.
Todo guionista ha de elegir qué contar
y qué ocultar y cuándo. Al principio somos partícipes de todas y cada una de
las conversaciones que tienen Bruce y Alfred, el desencanto de este último al
ver que Batman va a regresar –una magnífica adaptación
del inicio de “El regreso del caballero oscuro” de Miller–, pero al final,
eligiendo acabar con un forzado tour de
force sentimental (que funciona, joder si funciona) nos oculta toda
conexión entre Alfred y Batman, y sus planes.
¿Está condicionado el plano (especialmente
el contraplano) final en Florencia por
el final de Origen? Tras ver a Alfred
soltar una llorera que parte las piedras, finalizar con un plano de su sonrisa
mirando al vacío hubiera sido demasiado para determinados espectadores.
Tras tremendo final sólo nos queda
ser optimistas. Repetid conmigo: Señores de Warner, no hagan más películas
deBatman. O esperen al menos medio siglo, cuando nuestra memoria maltrecha por
el paso del tiempo y el inapropiado uso de ipads hasta para follar haya
carcomido la mielina que cubre los axones de nuestra neuronas y confundamos las
visiones de Schumacher y Nolan”.
Ahora tocar esperar al previsible
pack de la trilogía en blu-ray para poder verlas como lo que son, una única
película dividida en tres enormes actos.
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