De las grandezas y excesos de los mitos.
Devora todas las cosas:Aves, bestias, plantas y flores;roe el hierro, muerde el acero,y pulveriza la peña compacta;mata reyes, arruina ciudadesy derriba las altas montañas.J.R.R. Tolkien
El tiempo.
Han pasado once años desde el estreno
de La Comunidad del Anillo (2001), y este regreso a la Tierra Media, aunque
esperado por muchos, presentaba muchas dudas. Tras tiempo trabajando en el
proyecto Guillermo Del Toro, que sigue presente como guionista en los créditos,
se salió y se truncó lo que, para muchos como yo, profundos admiradores del
mexicano, era una gran oportunidad. Tras esto, Peter Jackson, que tras finalizar
la anterior trilogía prometió no volver a dirigir una película de este universo,
cogió las riendas del proyecto y se puso de nuevo tras la cámara. Peter Jackson
ama profundamente la Tierra Media, y de nuevo una década después, queda demostrado
con El Hobbit. Cierto que no todos pueden compartir su visión, pero visto lo
visto es una muy digna visión, con sus más y sus menos, con sus grandezas y sus miserias.
Y por fin, tras tanto tiempo de
polémicas y noticias dispares, hemos podido comprobar que narices era esto del
HFR. Bueno, ya lo sabíamos, estas últimas semanas hemos estados inundados de
noticias y artículos que nos intentaban explicar cómo y por qué era tan buena
idea (o no) grabar a 48 fps. Antes de nada, me gustaría recalcar que,
miserablemente, en toda España no existe una copia del film en 3D HFR y en
versión original. Así que aquellos que, como yo, deseen comprobar personalmente
que representa esta nueva técnica, deberán ver la versión doblada
obligatoriamente. No es momento ni lugar para empezar de nuevo con el debate
versión original VS versión doblada, ni de insistir que el doblaje español
suele tener una gran calidad (es cierto, algunas veces) pero no deja de ser
significativo del estado de la cultura en nuestro país: elecciones limitadas.
¿Y qué tal el 3D HFR? De inicio,
choca. El primer plano de la película es la mano de un anciano Bilbo (Ian Holm)
encendiendo una cerilla. Ostia en la cara, parece video. Las primeras secuencias
en la casa de Hobbiton pueden echar para atrás a más de uno. Lentamente,
conforme uno se va sumergiendo en la historia y se va acostumbrado a la enorme
definición de las imágenes, ve que el invento funciona. Te acostumbras a la
fluidez de los movimientos. La imagen no va más rápida, no está acelerada, pero
la claridad con la que todo se ve, la eliminación de cualquier tipo de desenfoque
en el movimiento crea una apariencia de velocidad a la cual no estamos
acostumbrados. Es cierto que el 3D se ve mejor –claro que la película la dirige
Peter Jackson, alguien muy poco sutil para según qué cosas, a años luz del
excelente uso del 3D del que hace gala Ang Lee en La vida de Pi o Scorsese en Hugo-
y las escenas de acción son increíblemente fluidas. Tanto que muchas veces
cuesta enterarse de qué demonios está pasando pese a la profusión de planos
generales que hay en varias de estas secuencias. Ni parece un episodio de Benny
Hill, ni el 3D marea más ni todo el film tiene un aspecto televisivo (mucho en ello
tiene que ver la iluminación), ni los efectos especiales parecen más irreales. Una
vez pasado un tiempo acostumbrándote a la sensación de fluidez la excelsa
calidad de imagen hace la experiencia muy disfrutable. Sería muy interesante ver esta tecnología aplicada a otro tipo de productos tales como documentales o emisiones deportivas. Pero la sensación final
viene a ser como el buen 3D, añade un valor concreto a la experiencia de
disfrutar la proyección en una sala de cine, pero no añade valor propio a la
película, no la mejora, no la hace más divertida, no influye en lo más
importante: el guión.
J.R.R. Tolkien fumando en pipa. Clásico para todo. |
Tolkien era filólogo, profesor
universitario y estudioso de la lengua inglesa, escribió El Hobbit como si de
un cuento infantil se tratara. Nos es inevitable –a mí, desde luego- compararla
con la trilogía posterior, y las diferencias son apreciables. No me refiero
tanto a la historia en sí, que en El Señor de los Anillos abarca un mundo e
ideas más amplios, sino al estilo empleado en su escritura. Al relatar El
Hobbit, Tolkien nos habla directamente:
“Si habéis visto alguna vez un dragón en apuros, comprenderéis que esto sólo podía ser una exageración poética aplicada a cualquier hobbit…”
O, en su papel de narrador no se
dedica simplemente a mostrarnos lo que acontece, también nos da su opinión:
“En efecto, me temo que los trolls se comportan siempre así, aun aquellos que sólo tienen una cabeza. Luego de haber oído todo esto, Bilbo tendría que haber hecho algo sin demora”.
Tolkien plasma en un relato
escrito la tradición del cuento oral, ya que según se cuenta en diversas
fuentes, el objetivo original de la historia era entretener a sus hijos.
Peter Jackson hace de todo esto
una adaptación, en cierto modo, bipolar. Por un lado se niega a apartarse de la
trilogía de El Señor de los Anillos, rueda igual –su excesivo uso de los planos
en grúa, travellings constantes, planos aéreos que trasmiten enormidad, planos
a cámara lenta por un tubo (especialmente primeros planos de gente gritando y
anillos cayendo)- y las diferencias estéticas son apenas apreciables. ¿Es eso
negativo? No podemos criticar a Jackson por este aspecto, no podemos acusarlo
de no arriesgar. Considero que aunar las dos trilogías en su aspecto formal nos
hace partícipes de un universo muy concreto. Ver de nuevo esos planos de Hobbiton
hace que me sienta como once años atrás, cuando asistí al estreno de La Comunidad
del Anillo. Consigue, de un modo casi me atrevería a decir que sencillo, algo
muy importante y que no todos los narradores consiguen, empatía, conocemos a
esos personajes, los hemos seguido durante otras historias y nos predisponemos
a seguirlos durante otra… trilogía.
Y he aquí la otra vertiente de la
adaptación que Peter Jackson y el resto de guionistas ha decidido realizar.
Pese a que pretende adaptar con una fidelidad enfermiza el libro, lo que hace
es calcar escenas concretas como si Tolkien hubiera escrito directamente el
guión. La llegada de los enanos y su reunión, a excepción de algún detalle
concreto, es un buen ejemplo. Otro lo es el duelo de acertijos entre Bilbo y Gollum –claro que esta escena, está brillantemente escrita, interpretada y
rodada como pocas escenas a lo largo de esta película y de la trilogía
anterior-. Para aquellos que conocemos el libro –lo conocemos y nos encanta-
puede tener un valor encomiable, pero se quiera o no, afecta al ritmo de la
película y para quienes no conozcan el material original seguramente resulte
excesivamente larga. Una película comercial adolece muchas veces del síndrome “han
de pasar muchas cosas, las escenas han de durar 3 minutos”. Aquí todo está
peligrosamente estirado, y la decisión de realizar la adaptación en tres
películas parece obedecer a motivos puramente comerciales, para rentabilizar
tamaña inversión.
Por otro lado, si incido en que
la adaptación literal, más que de la obra y el tono en si mismos, se da en
escenas concretas es debido a otra de las obsesiones de Jackson, quizá para que
el público que no conozca la obra original vea mejor la relación entre El
Hobbit y ESDLA, y es la de conectar también argumentalmente tanto como sea posible las dos trilogías.
Empezando por un inicio calcado al de La Comunidad del Anillo (sólo que situado
unas horas antes), y siguiendo con la aparición de personajes que no estaban
presentes en la obra original, creando subtramas que se apartan de la historia
original de El Hobbit y apuntan hacia un mal mayor que ya conocemos. Por ello
la película deja de lado detalles presentes en el libro e incorpora otros que,
aunque pueda pesar a muchos fanáticos, ayudan a un mejor ritmo
cinematográfico y a crear una trama mayor que pueda despertar el interés (y la
necesidad de aumentar el metraje) para las próximas secuelas. Muchas de las
incorporaciones, que están sacadas de otras obras de Tolkien, como El
Silmarillion o los apéndices de ESDLA, funcionan perfectamente. Muchos podrán
criticar que la némesis de Thorin sea Azog, pero tener una trama tan personal
presente, una figura que representa una amenaza real y corpórea, funciona mucho
mejor que simplemente ser perseguidos por un grupo de trasgos u orcos sin una
cabeza visible que personalice el peligro real. Un enemigo con un objetivo
concreto, que al fin y al cabo es lo que necesita un personaje para creérnoslo,
una meta, sea destruir un anillo, recuperar un hogar o vengarte de quien te
infligió una profunda herida.
Otras aportaciones son mucho
menos acertadas. Quizá Radagast, teniendo en cuenta su origen literario,
mereciera una visión mucho menos paródica que la que se muestra aquí. Es uno de
los problemas que, al menos personalmente, más chirrían, las aportaciones
cómicas de Peter Jackson. En otros momentos la cosa se torna sangrante, como
ese humor de caca-culo-pedo-pis, lamentablemente explicitado en la escena de
los trolls. Las novedades que se realizan en el guión –tomando como
referencia la escena en el libro original- son soeces y baratas. ¿Tropezones?
¿Bilbo usado como pañuelo? Al haber tantos guionistas implicados, incluyendo a
Del Toro, no es cosa baladí echar las culpas a una sola persona, pero siendo el
director, e insistiendo en el hecho de reconocer su incapacidad para la
sutileza, Jackson se pasa de rosca con el humor. Es especialmente chocante este
aspecto, banalizar de esta forma ciertos personajes y situaciones, si
posteriormente se pretende elevar la historia a unos niveles de épica similares
a los de la trilogía cinematográfica precedente, con lo cual el título
original, El Hobbit, quizá se quede corto para todo lo que se quiere abarcar.
Afortunadamente la aportación de
los actores es fundamental para que el conjunto acabe funcionando. Martin
Freeman recrea un Bilbo Bolsón fantástico. Para aquellos que hayamos seguido
con fervor Sherlock, de la BBC, no nos sorprenderá la versatilidad y capacidad
de este actor para adaptarse a un papel que, si bien no tiene tanta profundidad
como requeriría –el aumento de tramas y la importancia de ciertos personajes
con respecto al libro requiere repartir el protagonismo- consigue llevar sobre
sus hombros gran parte del peso del film y hacernos creíble la aventura de este
pequeño hobbit. Ian McKellen, como siempre, está excelso en su papel,
sorprendería lo contrario, la verdad. Y el mayor descubrimiento lo tenemos en
Richard Armitage, quien realiza una interpretación de Thorin Escudo de Roble
fantástica, perfecto badass y puro carisma, muestra toda la personalidad que un
líder ha de tener. Si alguien puede encontrar criticable la “humanización” de
algunos personajes enanos (en ciertos momentos Thorin parece un Aragorn 2.0) se
debe más al guión, otro modo de llegar al público no lector de la novela, que a
otra cosa.
La fotografía de Andrew Lesnie, colaborador
habitual de Jackson desde La Comunidad del Anillo (2001), vuelve a ser todo lo
brillante y funcional que requiere una producción tan ambiciosa. La mayor
diferencia respecto a la trilogía reside en unos colores más saturados,
interpreto que con la intención –lograda- de transmitir esa atmósfera de cuento
que reside en la historia original. Cabe destacar que Jackson se desata
completamente, la cantidad sus ya clásicos planos aéreos y travellings a gran
escala roza el absurdo. Esto unido al uso y abuso de (un cada vez más perfecto)
CGI (es una lástima que ciertos personajes importantes estén realizados única y
exclusivamente de este modo) da como resultado escenas como el primer flashback
que un anciano Bilbo nos explica, el auge y caída de Erebor, o la huida de la
partida de enanos y Gandalf a través de la ciudad de los trasgos, donde el uso
del lenguaje cinematográfico brilla, como en gran parte del film, por su ausencia.
Pero también hay que reconocer que el resultado de grandeza y espectáculo que
nos ofrece es pantagruélico y desorbitante. Y chicos, es lo que esta historia,
si su planteamiento busca si o si la épica, necesita. Los escenarios recreados
digitalmente son brillantes y abrumadores. Y la mencionada escena de la huida
es sin duda, la secuencia más vibrante y frenética que Peter Jackson ha rodado
jamás. Cabe decir que toda la última hora del film pasa como un tiro y consigue
que el cierre a este primer capítulo de la nueva trilogía deje mejor sabor de
boca que lo que parecía indicar el inicio. Técnicamente roza la perfección.
En definitiva, ¿vale la pena el
uso y abuso de cgi, la falta de sutileza emocional, los retazos de humor
chusco, las escenas demasiado alargadas, los cambios sustanciales respecto a la
historia original –a pesar del calco de algunos de sus tramos-, y la necesaria
espera de un año y pico para completar una historia que tarda menos en ser
leída en su formato original que vista en su adaptación? Si, y tanto que vale
la pena. En un año donde el cine puramente comercial ha tenido buenas
aportaciones (LosVengadores, El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace), productos
a medio camino de todo (Los Juegos del Hambre) y decepciones mayúsculas
(Prometheus), El Hobbit representa su máximo exponente en grandeza, diversión y
emoción, el mejor film de aventuras en mucho tiempo y un agradable retorno a la
Tierra Media a la que, con sus más o sus menos, Peter Jackson ha logrado dar vida
con un tremendo trabajo y encomiable resultado.
¡Hola! Muy buena crítica. A mí me encantó "El Hobbit". Con esta cinta se reivindicó como director y volvió a dar cátedra sobre efectos especiales y ambientación. Jackson te transporta al mundo de la Tierra Media desde el primer segundo.
ResponderEliminarMi primera sensación fue de emoción pura: estaba reviviendo lo que sentía cuando veía ESDLA. Peter Jackson tuvo muchos desafíos para armar esta cinta, y los resolvió a todos de forma magnífica.
Redacté una crítica completa de la película en mi página. Los invito a todos a entrar para comentar, opinar y sugerir.
Link: http://on.fb.me/12A8C0t
¡Saludos!
Luciano // https://www.facebook.com/sivoriluciano