Después de
este incidente David O. Russell, director que parece especializado en
familias disfuncionales, al igual que Wes Anderson, donde ese
intercambio de gritos y cambios de humor cual Pat Solatanno, el
protagonista de su nueva cinta (ojo, que no estoy acusando al
director de enfermo mental como el protagonista de su curiosa comedia
romántica), le produjo un ostracismo de seis – siete años durante
los cuales no dirigió nada hasta volver a primera plana con la
celebrada The Fighter.
David
O. Russell debutó con Spanking the Monkey (1994) a la que siguió Flirteando con el desastre (1996)
que, junto a su posterior Extrañas coincidencias (film donde tuvo
esa ya famosa y triste pelea con la actriz Lily Tomlin) y The Fighter, sirvieron para demostrar su buena mano con la dirección de
actores en extraños papeles e historias llenas de familias disfuncionales, al margen de la sociedad más acomodada y con cierto
carácter indie en su cine. Algo que vuelve a demostrar con esta El
lado bueno de las cosas, sensación del año, nominada a 8 Oscars y
con un gran reparto (lo mejor de la cinta) formado por Bradley
Cooper (saga Resacón en las Vegas), Jennifer Lawrence (una de
las mejores actrices jóvenes de la actualidad: saga Juegos del
hambre; X-Men: Primera generación), Jackie Weaver (Animal Kingdom),
Robert De Niro, Shea Whigham (Boardwalk Empire, Take Shelter), John Ortiz (Luck), Julia
Stiles (El mito de Bourne) y Chris Tucker (Jackie Brown). El
director aprovecha a su reparto y consigue de ellos interpretaciones
más que destacables en una historia con una curioso drama romántico
con enfermedades mentales de por medio que ¡ay! acaba abrazando las
convenciones de la comedia romántica más tópica en el último
tercio de la cinta.
Pat (un eficaz y comedido Bradley Cooper) está encerrado en el
psiquiátrico de Baltimore después de atrapar a su mujer Nicky, maestra, acostándose con su compañero y profesor de historia y apalizando casi hasta la muerte al mismo; descubrieron que
era una persona bipolar no diagnosticada y tuvo que ser puesto en
tratamiento, junto con otros pacientes como Dany (un irreconocible
Chris Tucker, en su mejor papel desde Jackie Brown de Tarantino),
quien siempre intenta escapar del manicomio. Después de ocho meses
su madre (una sufridora y fantástica Jackie Weaver) se lo llevará
a casa para poder cuidar de él junto a su padre, (un recuperado
Robert De Niro), obsesivo compulsivo y maniático además de adicto
a los Eagles. Pat conocerá en una cena junto a su mejor amigo (John Ortiz), quien vive un matrimonio feliz (¿?) junto a su adorable
mujer (Julia Stiles), a Tiffany (una fantástica, como viene siendo
habitual, Jenniffer Lawrence), hermana de ésta y que también tiene una
enfermedad mental: después de perder a su marido policía se volvió
ninfómana y se tiró a todos los miembros de su trabajo, siendo
despedida. Pat le pedirá ayuda a Tifanny para poder recuperar a
Nicky a la cual no se puede acercar debido a una orden de
alejamiento) mientras que él será su pareja de baile en un
concurso.
Un
bipolar, hijo de un maniaco obsesivo compulsivo y de una paciente y
sufridora madre, se enamora de una depresiva con tendencias
ninfómanas; este podría ser el
resumen breve de esta historia que, durante buena parte del
metraje nos trae un drama humano lleno de humor negro (Pat, en su
condición de bipolar, siempre parece decir la verdad a pesar de
sacar temas inapropiados) e incómodo en la descripción del mismo (la pelea con los padres cuando Pat quiere volver a ver su video de
bodas y no encuentra el mismo) que acaba cayendo en las tópicas
redes de un relato romántico al uso, si bien la descripción de sus
personajes -todos ellos tocados por enfermedades mentales, pero aún
así más cuerdos que los en teoría felices; el mejor ejemplo es el
matrimonio formado por John Ortiz y Julia Stiles- es superior a la media. Todo ello rodado
con ese aliento indie (selección de canciones, cámara al hombro)
típico de Russell y un gran nivel interpretativo que salva a la
cinta en sus momentos más flojos. El film tiene más de
un punto de conexión con la galardonada Mejor imposible de James L.
Brooks.
Russell demuestra su buena mano con los actores; después de que
su anterior cinta, The Fighter, les diera el Oscar a Christian Bale y
Melissa "Fuck" Leo, así como nominación para Amy Adams y una
estupenda y sobria actuación de Mark Wahlberg, en El lado bueno de
las cosas encontramos un cast simplemente maravilloso, con un
acertado y sorprendente Bradley Cooper, a la estupenda Jennifer
Lawrence, la cual vuelve a demostrar que bien se le dan los
personajes mal hablados como su anterior protagonista en Winters
Bone (2010) y esta Tiffany dolida con el mundo pero echada hacia delante;
secundarios acertados como John Ortiz y su matrimonio como esa arpía
castrante Julia Stiles o un acertadísimo Chris Tucker y lo mejor de
la cinta, ese matrimonio formado por Jackie Weaver y Bobby De Niro.
Y es
que señoras y señores, ¡Robert De Niro aún actúa! Después de
más de una década con el piloto automático en proyectos de calidad
paupérrima (no sé si el actor de origen italoamericano tendrá
problemas con el fisco como Nicolas Cage), ya el año pasado
sorprendió con su antagonista en la española Luces rojas de Rodrigo
Cortés y ahora de la mano de Russell nos trae ese padre obsesionado
con el futbol americano y con las supersticiones, como la de tener
un pañuelo en la mano o los variados mandos del televisor en una
posición determinada, incluso cree que su hijo es un talismán de
cara a las posibles victorias de su equipo y, con el pretexto de pasar
más tiempo juntos, lo usa con esa intención (ojo al monólogo
donde se abre a Pat; si bien con un punto más dramático hubiera
sido una soberbia escena, la dedicación de De Niro así como su
química con Cooper es admirable y destacable). A su lado la
sufridora y encantadora Jackie Weaver, quien fue descubierta como
otra madre, aunque de ambiente criminal, en Animal Kingdom y aquí
apoya a su disfuncional familia describiéndonos su apatía interna,
en una conmovedora interpretación. Decir que el núcleo familiar
además de apoyarse en trabajos interpretativos a un gran nivel se
ayuda de una destacable química entre ellos.
David
O . Russell, en labores de guión, adaptando el exitoso libro de Matthew Quick, y dirección, vuelve a demostrar su buena mano en este tipo de
relatos así como en la dirección de actores si bien su parte final
acaba cayendo en las maneras más tópicas de las historias
románticas; ¿de verdad alguien pensaba que Pat y Tiffany no
acabarían juntos? ¿O cómo se solucionaría la secuencia del baile? Momentos comunes en su tercio final en una cinta con aciertos, pues
está llena de ideas incómodas bajo su presencia sencilla, la
descripción de las enfermedades mentales y sus personajes
protagonistas se brinda de ellos: las manías de De Niro así como el
uso de su propio hijo como talismán (esa idea hacen del monólogo
De Niro aún más duro), el reencuentro entre los hermanos donde uno
habla de sus éxitos comparándolos con los fracasos del otro o
el uso de una canción como motor de los ataques de ira de Pat (una
gran idea de puesta en escena). Pero como ya comenté, lo mejor acaba
siendo la labor del cast, el particular pañuelo
de Russell. A pesar de su peculiar estilo visual y sonoro, deudor del
cine independiente, hay que achacarle a su director ciertos errores
como secuencias alargadas en exceso (todo lo concerniente a la
apuesta final) o que dramáticamente no funcionan (el reencuentro
de Pat y Nicky, en una escena no sé si decir que copiada a una muy
famosa de Lost in Traslation de Sofia Coppola, aunque sin su fuerza
dramática y emotiva).
A pesar de sus buenas maneras, me choca que su director
esté en la carrera por el Óscar a la mejor dirección en un año
que, como ya comenté, se quedaron fuera de la misma trabajos tan
destacables/ interesantes y/o discutibles como los de Kathryn
Bigelow por La noche más oscura, el Tarantino de Django
desencadenado, Ben Affleck por Argo o sobretodo el arriesgado Paul
Thomas Anderson por The Master.
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