Yo creo en Paul Thomas Anderson.
Paul Thomas Anderson es uno de los mejores directores vivos. Quizá el
mejor, y con sólo 42 años y 6 películas a sus espaldas. No sabría decir
si The Master es su mejor película, pero no sería descabellado. Es un
film denso, complejo y críptico, pero sobretodo es fascinante y todos
sus componentes rozan la maestría.
Desde hace bastante tiempo fueron surgiendo numerosas noticias acerca de la nueva película de P.T. Anderson, no tanto por la expectación que produce la obra de este genio, sino por el morbo de ver representada en pantalla la Cienciología, culto religioso conocido superficialmente por todos gracias a los shows televisivos y cotilleos de ¿prensa? en torno a Tom Cruise y en menor medida John Travolta (Paul Haggis también tuvo su momento mediático al atacar duramente a dicha religión una vez estuvo fuera del culto). Si se realiza una búsqueda rápida en google se encontrarán cientos de entradas que explican el origen de la Cienciología y su absurda doctrina donde se habla de un dictador de la Confederación Galáctica y bla, bla, bla… Estupideces y morbo del esta índole no nos interesan como tampoco le interesan a Paul Thomas Anderson que huye de toda descalificación directa -tan sólo en algún diálogo aislado parece hacerse referencia a estas fuerzas extraterrestres ancestrales- y se centra en la magnífica descripción de unos personajes fascinantes y en mostrarnos la dicotomía entre la libertad del individuo y la necesidad de formar parte de una comunidad que te acepte y ayude.
Huyendo de todo convencionalismo a la hora de abordar el guión (difícilmente se pueden acotar unos actos específicos, hallar los puntos de giro que hacen avanzar la narración), la película sigue a Freddie Quell, un militar que vuelve de combatir contra los japoneses en la 2ª Guerra Mundial, formando parte de un grupo de chicos aquejados de traumas y conductas nerviosas a consecuencia de su participación en la guerra. Ciertas escenas me recordaron a un magnífico documental llamado Let there be light (1946), dirigido por John Huston, en el cual se sigue el tratamiento que reciben 12 jóvenes con traumas provenientes de la guerra. La película, producida por el Ejército de los Estados Unidos, no pudo verse hasta 1980 ya que el propio cuerpo militar norteamericano consideró que la película era demasiado realista y dura para el gran público, dando una imagen alejada del ideal de héroe patriótico que se buscaba. Freddie Quell –magistralmente interpretado por Joaquin Phoenix, volveré sobre este punto- es uno de estos chicos, aunque sus problemas y obsesiones psicológicas, como más adelante se intuye (una película inteligente que trata con respeto al espectador no grita a la pantalla claras respuestas a todas las preguntas), pueden tener un origen anterior. Freddie, alcohólico hasta el tuétano (sus preparados incluyen combustible o disolvente), con una sexualidad retorcida, una desconcertante tendencia a meterse en problemas y socialmente incompetente, pulula de trabajo en trabajo y problema en problema hasta acabar en el lujoso barco que alberga la comitiva de Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), el líder y maestro del movimiento filosófico conocido como “La Causa”.
Huyendo de todo convencionalismo a la hora de abordar el guión (difícilmente se pueden acotar unos actos específicos, hallar los puntos de giro que hacen avanzar la narración), la película sigue a Freddie Quell, un militar que vuelve de combatir contra los japoneses en la 2ª Guerra Mundial, formando parte de un grupo de chicos aquejados de traumas y conductas nerviosas a consecuencia de su participación en la guerra. Ciertas escenas me recordaron a un magnífico documental llamado Let there be light (1946), dirigido por John Huston, en el cual se sigue el tratamiento que reciben 12 jóvenes con traumas provenientes de la guerra. La película, producida por el Ejército de los Estados Unidos, no pudo verse hasta 1980 ya que el propio cuerpo militar norteamericano consideró que la película era demasiado realista y dura para el gran público, dando una imagen alejada del ideal de héroe patriótico que se buscaba. Freddie Quell –magistralmente interpretado por Joaquin Phoenix, volveré sobre este punto- es uno de estos chicos, aunque sus problemas y obsesiones psicológicas, como más adelante se intuye (una película inteligente que trata con respeto al espectador no grita a la pantalla claras respuestas a todas las preguntas), pueden tener un origen anterior. Freddie, alcohólico hasta el tuétano (sus preparados incluyen combustible o disolvente), con una sexualidad retorcida, una desconcertante tendencia a meterse en problemas y socialmente incompetente, pulula de trabajo en trabajo y problema en problema hasta acabar en el lujoso barco que alberga la comitiva de Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), el líder y maestro del movimiento filosófico conocido como “La Causa”.
Paralelamente a la expansión ideológica de este culto –sus puntos en común con otras disciplinas como la hipnosis, funcionamiento similar al de una secta, acusaciones de realizar actividades médicas sin licencia- se desarrolla la relación entre Freddie y Lancaster, traspasando las fronteras del entendimiento maestro-alumno y convergiendo en un profundo vínculo paterno-filial, que someterá y repercutirá en ambos. La esposa de Dodd, Peggy (Amy Adams), auténtica adalid del culto, a quien incluso Lancaster se ve sometido (la escena de la masturbación es antológica), y su particular familia opondrán resistencia ante la irrupción de Freddie en su hermético mundo, aceptándolo en un principio para finalmente rechazarlo ante el peligro que supone su presencia para la organización. La película cuenta, en el fondo, la amistad entre dos locos y los límites a los que están dispuestos a llegar, uno por la libertad, otro por el poder.
Paul Thomas Anderson, artista total –guioniza, produce y dirige-, filma con maestría la película, cada plano –muchos de ellos planos secuencia, sin llegar a la demostración de fuerza y exhibición de aquellos larguísimos planos de Sidney (1996), Boogie Nights (1997) o Magnolia (1999)- tiene una lógica y una coherencia perfectas, rodados con elegancia y belleza por Mihai Malaimare Jr., en su primera colaboración como director de fotografía con P.T. Anderson, con una Studio Camera de 65 mm buscando reproducir las texturas y el tono de los clásicos de los años 50, lo que hace que la perfección técnica y estilística habituales en el director lleguen a niveles exquisitos. The Master, si comulgas con el ritmo y lenguaje narrativo que impone P.T. Anderson, es una delicia para los sentidos, para la vista y el oído, con esa desconcertante música creada de nuevo por Jonny Greenwood pero que tan acompasadamente acompaña la narración de P.T. Anderson. Quizá la duración del filme, que sobrepasa los 140 minutos, es excesiva si se tiene en cuenta lo meramente contado, pero en este film no importa tanto la trama como la descripción lenta, compleja y vasta de sus personajes. Curiosamente en cualquiera de los tráilers promocionales que durante estos pasados meses han ido apareciendo hay numerosos planos y escenas que no están en el montaje final de la película. Paul Thomas Anderson, elegante hasta la saciedad y poseedor de un respeto artístico en Hollywood fuera de lo normal en estos tiempos, dudo que se haya visto obligado a recortar la película por imposiciones de la productora (distribuye The Weinstein Company que también nos traerá en escasas semanas lo nuevo de Tarantino, cuya duración se acerca a las 3 horas), si ha decidido dejar fuera esas escenas dudo que nos encontremos en un futuro con una de esas “versiones extendidas”, pero deseo que podamos acceder a esas escenas eliminadas tan sólo por el mero placer de ver más y más de uno de los factores que hacen que ver esta película sea un placer: sus actores.
¿Qué pasa con Joaquin Phoenix? Tras ser nominado al Oscar y ganar un Globo de Oro por el anodino biopic del maestro Johnny Cash y alcanzar la perfección con Two Lovers (James Gray, 2008), anunció su retirada y protagonizó el (falso) documental I’m Still Here (Casey Affleck, 2010), polémico, absurdo y brillante a partes iguales. Joaquin Phoenix puso su vida patas arriba para realizar esta asombrosa y divertida broma. Cada cual tendrá su opinión acerca de tamaño comportamiento, pero personalmente me quito el sombrero ante un tipo que, con tan sólo 34 años y habiendo llegado tan alto, hace un movimiento tan arriesgado y demuestra su grado de implicación. Por ello, su interpretación en The Master, su anoréxico, desviado, inquietante, caótico, deforme -su cara es un rictus de sufrimiento y locura continuos, sus andares jorobados, los pantalones por encima del ombligo, absolutamente toda su lenguaje corporal mutado en un ser destrozado-, obsesivo y necesitado de amor Freddie Quell es fascinante y pletórica. ¿Cuánto tiene en común Joaquin Phoenix con este personaje? Vista su biografía no parece que tenga que hacer un gran esfuerzo por meterse en la piel de tan particular individuo. Sinceramente, me da igual, tan sólo puedo decir que me parece fascinante contemplar a este personaje y la interpretación que Phoenix realiza, sin miedo, forzando los límites. En una de las mejores escenas de la película, la primera sesión terapéutica que le realiza Lancaster Dodd, rodada con unos planos oscuros, cerrados, con nula profundidad de campo, asistimos a un intercambio verbal que contiene un larguísimo primer plano de Joaquin Phoenix en el cual podemos ver la intensidad casi enfermiza con la que siente a su personaje, llegando a temer por su salud, con su cara enrojeciéndose, la vena de su frente marcándose paulatinamente, haciéndonos partícipes de un modo físico de todo el sufrimiento que Freddie encierra. Frente a él, ofreciéndole ayuda y amor, tenemos a, sin duda alguna, uno de los mejores actores que hay actualmente, Philip Seymour Hoffman, que interpreta con convicción deslumbrante a Lancaster Dodd, el maestro. Líder, teórico, gran orador y showman, consciente de la contradicción constante que ha de soportar entre su faceta de maestro de ceremonias y las dudas y debilidades que debe enfrentar, la ambigüedad que P.T. Anderson se niega a aclararnos sobre hasta qué punto cree realmente en lo que dice y el necesario control al que ha de verse sometido, si quiere conseguir éxito –social y económico- con su “misión”, por parte de su mujer Peggy, una circunspecta y sobria Amy Adams, interpretando un papel que pese a ser secundario, comparado con la de los dos intérpretes masculinos, es vital para comprender el devenir y ascenso de “La Causa”.
Yo creo en Paul Thomas Anderson.
Jaja al chile
ResponderEliminarno me explicaste el puto final
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