Escoge la vida. Escoge la nostalgia. Escoge música de John Barry y chistes de George Best. Escoge (algo de) heroína, escoge el running, escoge Edimburgo. Escoge cuatro actores que se creen a sus personajes, escoge cameos, escoge homenajes. Escoge una selección musical, de nuevo, brutal. Escoge una gran película.
Hace años tuve la oportunidad de viajar a Edimburgo. El primer día, en lugar de visitar el turístico Castillo de Edimburgo, deambulé por la orilla del río Water of Leith, en un cuidado paseo —Water of Leith Walkaway— que lo recorre durante 15 kilómetros, hasta llegar al Puerto de Leith. Una vez allí, y tras almorzar en un pub, volví hasta el centro atravesando el barrio de Leith, parándome por el camino a visitar Easter Road, el estadio de los Hibs. Por el trayecto me crucé con varias personas que bien podrían pasar por personajes salidos de las historias de Irvine Welsh. Aunque para ser sincero, no diferían en mucho de aquellos con quienes me cruzo cada día en mi barrio: el Poble Sec, en Barcelona. Mas allá de la predominancia de algunas etnias sobre otras, viajar me ha hecho darme cuenta de que los barrios humildes de las grandes ciudades se parecen mucho unos a otros.
¿Y a quién le importa esto? Quería sincerarme: soy un fanboy de Irvine Welsh. Mucho. Trainspotting, su primera novela, fue algo importante para mí, me marcó como lector e influyó poderosamente, a pesar de buscar siempre nuevas inspiraciones, en mis preferencias artísticas. Asimismo, su adaptación cinematográfica se encuentra, sin lugar a dudas, entre mis obras preferidas. Por todo esto, ante el anuncio de una secuela (¡21 años después!) me debatí entre la esperanza y la desconfianza. Su director, Danny Boyle, artífice del primer film, además de tener una ópera prima tan maravillosa como Tumba abierta (Shallow Grave, 1994) y una de mis películas favoritas de ciencia ficción, Sunshine (2007), con el paso de los años se ha ido volviendo más esteticista y, gustándome casi todo lo que hace, algo cargante.
Toda reticencia que pudiera albergar se va por el lavabo más asqueroso de Escocia cuando T2 arranca. Sí, la cámara se mueve rápido, en círculos, el montaje es frenético, la fotografía tiene unos colores tremendamente saturados y a todo volumen suena Shotgun Mouthwash de High Contrast, el primer tema de otra potentísima banda sonora que mezcla temas clásicos (de Queen o Blondie), nuevos (Fat White Family, Young Fathers) y remezclas de piezas de culto. Todo lo mejor y peor que pudieras esperar de Boyle. Y funciona. La película transcurre 20 años después, pero ellos no se han ido nunca. Lejos de verlos interpretar con desgana, nos encontramos con actores creyéndose a sus personajes, como si durante estas dos décadas hubieran, de un modo u otro, estado siempre con ellos: con Mark Renton (maravilloso Ewan McGregor), con Sick Boy (Jonny Lee Miller), con Spud (Ewen Bremner, la mejor interpretación de todas), que se acaba robando la función, y con Franco Begbie (Robert Carlyle; increíble transformación: más viejo, más gordo, con aún más mala leche).
El guión, de nuevo responsabilidad de John Hodge, adapta con libertad elementos de Porno, la secuela de Trainspotting escrita nueve años después de la original, en 2002. ¿He dicho que la adaptación es libre? ¡Libérrima! Irvine Welsh ha creado un universo donde todas sus novelas se relacionan entre si. Porno no es tan sólo una secuela de Trainspotting. En 2001 escribió Cola, la historia de cuatro amigos a través de cuatro décadas. Sigue siendo mi libro preferido del autor escocés. En Porno no tan sólo retoma a Renton y compañía, sino que los hace interaccionar con parte de la pandilla de Cola (algo que ya sucedía en esta novela, en menor medida), en especial con uno de los mejores personajes que se haya sacado Welsh de la chistera: Terry Lawson.
Por tanto, la adaptación literal es imposible, y John Hodge coge elementos de la primera novela y el esqueleto argumental más básico de Porno—el regreso de Renton, el deseo de venganza de Bebgie—, e incluso aventuraría que algún detalle de Skagboys (la precuela de Trainspotting que Welsh escribió en 2012), para conformar esta secuela que, inteligentemente, asume que será incapaz de generar las sensaciones que provoca el film original, considerado unánimemente un clásico de culto, y deviene un homenaje: a una película, a una época, a la obra de un gran escritor. T2, siendo tan aparentemente salvaje—lejos de la original, pero capaz de conseguir una escena cómica tan memorable como la reunión de protestantes y la canción improvisada por Renton—, es una comedia sentimental sobre la amistad y el perdón.
Esta secuela trata con simpatía y cierta benevolencia, dadas las circunstancias, a sus personajes, algo que ni la primera parte ni las novelas originales de Welsh hacían. Especialmente con Spud que, sin ser el protagonista principal –dentro de la coralidad de la historia, es evidente que Renton lleva la voz cantante–, deviene el ancla y guía del espectador, para acabar asumiendo el rol de narrador en un inesperado metalingüístico homenaje —que me hizo acabar de amar totalmente la historia— al material original y a Irvine Welsh*.
En cierto momento, mientras Renton, Simon y Spud llevan a cabo su particular recuerdo en honor a Tommy, Sick Boy le espeta a Mark: “Sólo es nostalgia. Eres un turista en tu propia juventud”. Al igual que Renton intenta recuperar aquello que lo hacía sentir vivo, Boyle y Hodge pretenden que el espectador recupere las sensaciones que convirtieron a Trainspotting en algo más que una película. La escena inicial del primer filme es una de las más famosas de la historia del cine: Mark y compañía huyendo tras un intento de robo frustrado, todo ello bajo los acordes de Lust For Life. Qué fácil hubiera sido para el director iniciar T2 con el mismo tema para, desde el primer segundo, generar empatía con el espectador veterano. En cambio, decide convertir un elemento extradiegético en uno narrativo. Cuando Mark entra en su habitación de la infancia, donde todos rememoramos al instante la increíble escena de la desintoxicación, es incapaz de reproducir el vinilo con la canción de Iggy Pop. Los primeros acordes resultan demasiado dolorosos. No es hasta el final, cuando la angustia ha remitido y se han perdonado las traiciones, cuando el círculo casi se ha cerrado, que los acordes de Lust For Life vuelven a sonar. Algo diferentes, eso sí. Hemos vuelto a casa, pero nada volverá a ser igual.
* El cual realiza un cameo, repitiendo el papel que asumió en la primera Trainspotting: Mikey Forrester (el que vendía los famosos supositorios de opio a Renton). No es nada desdeñable la evolución de dicho personaje entre ambos films. Daría para un más que digno spin-off.
Para que dice que te explica el final es pura bazofia lei esta basura entera y al final no explico lo que buscaba que basura
ResponderEliminarNo sabes interpretar el arte de un gran film..o tu cerebro tiene un corto límite
EliminarHijo de tu re gran puta madre vende empanadas
Llore
ResponderEliminarMe rie
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