martes, 21 de agosto de 2012

(Crítica) Los Mercenarios 2


No es país para jóvenes.


Lo que aquí nos ocupa son casi 100 minutos de un guión simplón y previsible, cuyos únicos puntos de giro destacables son las apariciones sorpresa (o no, vista la intensa promoción) de determinados personajes. Son casi 100 minutos de una filmación plana, efectista y nada innovadora. Son casi 100 minutos de actuaciones justitas y actores mediocres, de situaciones absurdas y chascarrillos intrascendentes.

Son los 100 minutos más divertidos que se pueden ver en un cine ahora mismo.
 
La película arranca con una espectacular secuencia que expone y define lo que debemos esperar de la película: en un claro homenaje a El equipo A, los mercenarios irrumpen en una fortaleza enemiga con tres vehículos modificados como tanquetas y bautizados con sobrenombres como Bad Attitude, provocando lo que comúnmente se llama “una orgía de sangre y destrucción”. Disparos, explosiones a mansalva, peleas cuerpo a cuerpo espectaculares y puyas entre compañeros –la película parece contener a su vez varias buddy movies en su interior-, y su posterior huida, no menos salvaje y arrebatadora.

Desde el inicio hasta el final, el ritmo no se detiene, una constante marejada de inusual violencia en el cine de acción americano actual –en el excelente prólogo podemos ver una pelea en la cual Jet Li machaca la cabeza de un rival, haciéndole sangrar profusamente a cada golpe; no es The Raid (2011), pero se le acerca agradablemente–, acción frenética y escasos, a la par que breves, momentos de tranquila transición donde priman los momentos de humor y algún que otro momento sentimental. Afortunadamente en esta ocasión la habitual chica florero ha sido sustituida por toda una dura y habilidosa agente secreta, Maggie, interpretada por Nan Yu.


El artífice de todo el conjunto es Stallone  -que en este caso deja las labores de dirección a un experimentado director de cine de acción como Simon West, que tiene en su haber películas tan destacables como La Hija del General (1999) o la divertidísima y más digna producción de Bruckheimer, Con Air (1997), cumpliendo con creces en su “homenaje/imitación” del cine de acción de los 80 y 90- que coescribe el guión junto a Richard Wenk (16 Calles, 2006; The Mechanic, 2011, dirigida también por Simon West) y consigue otra nueva victoria en esa cruzada personal que mantiene contra una industria que lo consideraba muerto hace tiempo. Buen guionista, no sólo recibió el Oscar por Rocky (1976), también escribió Acorralado (1982), F.I.S.T. (1978) y Máximo Riesgo (1993), entre otras muchas (incluyendo uno de mis mayores placeres culpables, Yo, el halcón, 1987). Icono de toda una generación, superestrella del cine de acción junto a… el resto del casting de la película que nos ocupa, demostró sus buenas dotes de actor y su compromiso con sus papeles en películas como Copland (1997). Tras unos años haciendo películas menores y directas a DVD volvió a resurgir con dos títulos que anticipaban este revival del cine de acción de los 80 y 90 que ahora llega a su máxima expresión, Rocky Balboa (2006) y John Rambo (2008). Pese a las desconfianzas, y burlas, iniciales, Stallone se salió con la suya, completó dos buenas películas y se afianzó con Los Mercenarios (2010), una floja película –horrible fotografía y montaje- que triunfó gracias a lo divertido de su propuesta y a un importante factor que ha sabido explotar perfectamente: la nostalgia.

Los Mercenarios 2, sin ser la mejor muestra de lo que puede dar el cine de acción, es mejor que su predecesora. Cumple todos los requisitos de la secuela –más grande, más violenta, más sangre, más muertes, más disparos, más explosiones- y depura los errores de la primera. El guión no tiene complicación ninguna, su terca estructura clásica en tres actos, cumplida a rajatabla, va al grano, enfatiza su principal y casi único componente, la acción, la adereza con continuos golpes de humor (el cine de acción clásico no buscaba la grandeza de los personajes en base a su complejidad, quería personajes carismáticos) y deja de lado las subtramas personales que lastraban, por ridículas, la primera película, como la novia de Christmas (Jason Statham), que en esta segunda parte no pasa de ser un chiste recurrente entre colegas. Además, en esta ocasión, también se dispone de un villano a la altura de lo esperado. Un tal Vilain (los nombres que elige Stallone para los personajes merecen un estudio aparte) interpretado convincentemente por un Van Damme en plena forma, que afortunadamente huye de los histrionismos con que normalmente se adornaban esta clase de personajes (el histriónico en este caso es su esbirro, Scott Adkins -nueva estrella del cine de acción directo a DVD- con la perilla de Ben Affleck en Persiguiendo a Amy) pero que no parece explotar todo su potencial. Después de lo que demostró Van Damme en JCVD (2008), este personaje me ha parecido desaprovechado.



Con 100 millones de dólares de presupuesto, la apuesta por el homenaje a los 80 y 90 es firme. Visualmente respeta todos los tics que se le presuponen a esa manera de hacer cine, tan alejada de los referentes actuales para cualquier película de acción, Matrix (1999) y sus estilizadas coreografías, que a su vez eran una “evolución” del cine de acción hongkonés y Bourne, en especial gracias a la mano de Paul Greengrass, con su cámara al hombro, su reencuadre continuo gracias al uso del zoom y su montaje sincopado. Simon West respeta todas las características que se le presumen a una de acción ochentera, aún y así muy lejos de cénit que alcanzó John McTiernan, en especial con el lenguaje cinematográfico que empleó en Depredador (1987) y La Jungla de Cristal (1988). Pero eso ya es otra historia.

Stallone es consciente que el homenaje sólo tiene sentido si los propios componentes homenajeados participan en él. Por ello amplia la nómina de mercenarios, y convierte los anecdóticos cameos de Willis y Schwarzenegger en pequeños papeles destinados al puro lucimiento y disfrute propio y ajeno. Es también consciente que el éxito del primer film, y el más que esperado de esta secuela, se deben a un base fan fiel y leal que han reclamado este producto, y esta reunión, en especial la Santísima Trinidad que en la primera parte se reunían, en un chiste casi impío, en una iglesia, nombre del personaje interpretado por Willis. Por ello se explican estos dejes extradiegéticos del guión, donde la presentación de Chuck Norris casi parece una recopilación de los famosos chistes sobre su persona que circulan por internet. 

Del mismo modo Schwarzenegger se dedica a recitar one liners graciosos (absolutamente todas sus frases son chistes y referencias a películas anteriores, propias y ajenas), que es básicamente lo que también hace el resto del reparto, y disparar sin mostrar emoción alguna, cual Terminator, tan sólo esbozando una ligera sonrisa, sabedor que nosotros haremos lo mismo, sonreiremos estúpidamente por ver a estos 3 sexagenarios disparar sin sentido en el mismo plano. Me refiero, claro, a la ya famosa escena del aeropuerto, cima cinematográfica para toda una generación. Funciona, y tanto que funciona. No hay una intención artística o ideológica en ello, pero si sentimental. No se busca una composición determinada o una narrativa concreta. Son tres tipos disparando. TRES. TIPOS. DISPARANDO. Y lo flipas, porque esos tres individuos vaciando sus cargadores representan años de un determinado cine que a todo individuo cuerdo que se acerque o pase de la treintena provocará una reacción emocional. Es como la madalena de Proust, pero con olor a pólvora, sudor y sangre.

Afortunadamente toda esta catarsis emocional desemboca en una de las máximas del propio tipo de cine al que se homenajea: pura diversión. Durante el pase de prensa, gente adulta, muy adulta, críticos cinematográficos, rieron y aplaudieron el desfile de excesos que se mostraba en pantalla.

Como diría Barney Ross, "Rest in pieces!"

No hay comentarios:

Publicar un comentario