(Cine) (Crítica) Enemy

El caos es un orden por descifrar

El nuevo film de Denis Villeneuve es una delicia. Rodado antes que Prisioneros pero estrenado medio año después, lo cual es un indicio de lo que nos trae el director canadiense: Enemy no es amable con el público, no ignora los fundamentos clásicos de la narración pero suprime los suficientes elementos y los transforma para exigirle más de lo habitual. Lo que nos cuenta Villeneuve no es especialmente complejo, más denso en el apartado visual, y sobre todo el sonoro, que en el argumental, fascina y atrapa, juega con el espectador y finalmente lo noquea con un final antológico.

"El caos es un orden por descifrar", la cita con la que abre la película, parece una advertencia: nos enfrentamos a un rompecabezas. No es una afirmación que falte a la verdad, aunque la cita ya estaba presente en el libro que adapta, El hombre duplicado de José Saramago. Quien haya leído la novela original encontrará que la trama —Adam (enorme Jake Gyllenhaal, su mejor papel), un anodino profesor de historia, con una vida monótona y gris, ve en una película a un actor que es exactamente igual a él, obsesionándose a partir de ese momento con encontrarlo— se ha respetado casi en su totalidad, añadiéndose elementos fantásticos que, ya empezando por la primera secuencia —un extraño espectáculo sexual con arañas de por medio— proponen una concepción de la vida triste, sórdida y que demanda una lectura alejada del heterocentrismo bajo el influjo del cual se encuentra(n) Adam y Anthony. El final de la película, y las lecturas que de él se puedan extraer, es facilmente fuente de polémica, y tengo que dejar claro que se trata de una visión totalmente personal, asentada en la propias creencias y experiencias personales, y como todo en esta película, más que en ninguna otra que se haya estrenado comercialmente en los últimos años, subjetiva. Da la medida de la grandeza del film.

Pese a dirigir su primera película finales de los 90 no fue hasta 2008, con su corto multipremiado (festivales de Cannes, Toronto y Sitges, por ejemplo) Next Floor, muestra de la decandencia, literal, de la burguesía, y 2009 con Polytecnnique, donde narraba el caso real de la masacre de varias estudiantes a manos de un misógino desequilibrado, cuando Villeneuve llamó la atención de todo el mundo. Un año después fue nominado al Oscar con su obra maestra, Incendies, un drama familiar sobre dos gemelos que deben viajar al Líbano para cumplir los últimos deseos de su madre, que acababa transformándose en un thriller durísimo. Hasta el año pasado, donde además del film que nos ocupa, dirigía además otro thriller, este de factura más clásica, Prisioneros (con Jake Gyllenhaal, de nuevo, y Hugh Jackman), en el que sacaba petróleo de un guión demasiado recargado y difuso para conseguir un film más que notable. El director canadiense siempre ha cuidado al detalle la fotografía de sus películas ya desde sus primeros trabajos con repercusión internacional, sin repetir con ningún director de fotografía. Exceptuando en el caso de Enemy, donde repite con Nicolas Bolduc, con el que trabajó en Next Floor.

Al igual que en el cortometraje, la fotografía de Enemy es oscura, de tonalidad ocre, densa, especialmente en interiores. El plano tan sólo respira en las panorámicas de Toronto, que igualmente muestran una ciudad fría, de arquitectura opresiva y deshumanizada, con esos rascacielos tan ajenos al drama que se desarrolla en la superficie. Una ciudad que, y debo citar uno de los referentes más obvios que tiene la película, kafkiana. Una sensación que acompaña al protagonista durante la primera parte de la historia, un profesor atrapado en su rutina, donde explica una y otra vez la misma idea: los gobiernos opresores limitan el acceso a la cultura y educación para poder controlar al pueblo. Una idea inquietante y desafortunadamente presente en estos días y en nuestro país. No en vano el guionista de Enemy es el español Javier Gullón (que escribió El rey de la montaña; 2007).

Es durante estas clases que Adam saca a colación a Hegel, que dijo que todos los grandes hechos y personajes de la historia univeral se repiten, añadiendo la acotación de Marx: la primera vez se presenta como una tragedia, la segunda como una farsa. Es importante fijarse en este momento, en mi opinión es una hoja de ruta que lleva al núcleo del film, que a partir del descubrimiento que realiza Adam se imbuye en unos derroteros, por mencionar el otro referente obligado y que el film te grita a pleno pulmón, lynchianos (o Atomegoyamianos, sin nos ponemos quisquillosos). Aún y así Villeneuve apenas necesita escenas explícitamente oníricas para introducirnos en medio de esta pesadilla.

Al igual que Saramago en la novela original, una sola voz narradora que participa activamente, sin separación en los diálogos ni entre lo que dice cada personaje, Villeneuve utiliza otros recursos alejados de la convencionalidad narrativa para explicarnos esta historia, salpicada de detalles —objetos, comentarios, la presencia constante de la madre de Adam (Isabella Rossellini) que tan sólo se materializa en pantalla en una escena— que nos llevan al origen del drama: tan antiguo como el miedo del hombre, y me refiero al sujeto masculino no al ser humano en su totalidad, ante la asunción de la responsabilidad y la madurez, la falta de sinceridad ante sus deseos y la necesidad de poseer lo ajeno (el modo en que cada uno de ellos desea a la mujer del otro —Mary, Mélanie Laurent, y la embarazada mujer de Anthony, Helen, Sarah Gadon, poderosas e importantes en el desarrollo de la historia—, cerrando el círculo y precipitando los acontecimientos). Un puzle fascinante que transita por la ciencia ficción, por el terror, que es un thriller psicológico pero también un drama sentimental para finalizar con un plano demencial que hará plantearte a parte de los espectadores si no estarán ante una comedia donde el único que se ríe es el director. He de reconocer que me encantan los finales abruptos, no puedo ser objetivo, los adoro: plano final impactante y corte directo a títulos de crédito, sin dar opción a esperar una aclaración, sin tiempo a que ningún personaje verbalice qué demonios acabas de ver y qué sentido tiene. Villeneuve juega durante toda la película con el espectador (dando muchas pistas, eso sí) y finaliza con broche de oro. Es perfectamente comprensible que haya espectadores que se sientan estafados y este coitus interruptus no les permita valorar como se debe a esta película. Es recomendable entrar en el juego y dejarse llevar por estos fascinantes 90 minutos que se hacen cortísimos.

Y cómo no, la joyita de Denis Villeneuve, Next Floor: