Cruise y el arquetipo superheroico.
Tom Cruise
protagoniza, produce y, da la impresión, controla hasta el último detalle de
Jack Reacher, su nueva vuelta de tuerca al cine de acción. Es un género en sí
mismo, una marca, un arquetipo que aglutina medio viaje del héroe. ¿Busca
Cruise devenir mito o, por el contrario, ha asumido motu proprio su
condición de mero producto comercial?
Hace años, cosa del siglo pasado, Tom Cruise luchó con todas sus fuerzas por perder la etiqueta de niño guapo de Hollywood y llegar a ser respetado por sus dotes actorales, algo que otros como Brad Pitt o Leonardo DiCaprio consiguieron con más facilidad. Es digno de mención reconocer su valía a la hora de escoger papeles y directores con los que trabajar. Ahí están, por ejemplo Nacido el 4 de julio (Oliver Stone, 1989), Eyes Wide Shut (Stanley Kubrick, 1999), Magnolia (Paul Thomas Anderson, 1999) o Collateral (Michael Mann, 2004). Entidad mediática por excelencia, llegó a tal paroxismo con su militancia ¿religiosa? y su histrionismo en el plato de Oprah Winfrey, que su carrera se resintió. Poco a poco sus papeles han ido perdiendo ambición artística. Parece ser que, resignado a no ser reconocido por los miembros de la Academia, su nueva meta es convertirse en mito, creando una imagen comercial propia que deviene en un nuevo arquetipo del cine de acción. Empezando por las sucesivas entregas de Mission:Impossible (en especial a partir del esperpento que era la primera secuela dirigida por John Woo) hasta la presente película que nos ocupa, Tom Cruise ha redirigido su carrera hasta crearse un personaje público en continua simbiosis con los interpretados. En este film, donde su sonrisa se muestra más que nunca, se juega de un modo, creo, inconsciente con el metalenguaje, presentándonos a Jack Reacher —un ex detective militar, ¿cuán glamoroso puede ser eso?— como algo parecido a una estrella de cine. Mientras unos personajes secundarios cuentan las alabanzas, méritos y misterios de tal personaje, en un montaje paralelo lo seguimos, enfocando siempre su espalda, sin revelarnos por el momento su rostro. Lo vemos en la cama, observando como una atractiva mujer se viste tras una, supongo, noche inolvidable; acudiendo a una oficina de correos donde la recepcionista le sonríe admirada y libidinosa; comprando ropa en una tienda del Ejército de Salvación recibiendo el mismo trato sumiso por parte de la joven dependienta; y finalmente presentándose en la oficina del fiscal, chulesco, arrogante, tan seguro y pagado de sí mismo, irradiando una desafectada indiferencia que la confianza en sus infalibles habilidades le confiere, que se sitúa, al igual que su actor principal, en un punto superior al común de los mortales. Jack Reacher lidia con la inmortalidad, lo cual, siendo el film que nos ocupa un thriller de acción, un problema importante.
Afortunadamente,
conscientes de que luchar contra la previsibilidad del producto es una batalla
perdida —puro, clásico y gastado Hollywood meramente comercial—, Tom Cruise y
su elegido, el guionista, y ahora director, Christopher McQuarrie (que
guionizará y dirigirá la quinta entrega de Mission:Impossible), enfocan el film
del mejor modo posible. Sin excederse en escenas de acción absurdas y vigilando
concienzudamente, rebasándolo ligeramente en algunos momentos, el límite que
lleva a la parodia, dotan de un sentido del humor al producto que lo acerca
alegremente a algunos de los clásicos films de acción de los 80 y 90. Ligera y
simple, no dedica más que algunas exiguas líneas de diálogo a cuestionar el
límite entre la ley y los métodos de su protagonista, la película, ya me
disculparéis, suda un poco de su trama (por muy americano y aristotélico que sea
su guión) y centra su fuerza en unos personajes apreciables. Dicho esto, con
algunas interpretaciones denunciables.
Desconozco
la serie de novelas original (que lleva 17 entregas en Estados Unidos) escritas
por el británico Lee Child, de la que tan sólo se han publicado cinco volúmenes
en España (Un disparo, publicada en 2008, es la historia adaptada por McQuarrie
en Jack Reacher), con lo cual no sé si la estructura presente en la película
venía impuesta en la obra original. Pasados los primeros diez minutos, de largo
los mejores de toda la película, se comprueba la total y absoluta renuncia a la
sorpresa —y el suspense, es mediocre—, la constatación de una conspiración es
mostrada al espectador sin rubor alguno; el punto de vista del film salta
constantemente de nuestro héroe ex militar y su aliada a unos malvados que,
sorprendentemente, pese a lo absurdamente intrincado de su plan (cierta
subtrama con una testigo es delirante) para ocultar unos objetivos meramente
económicos, funcionan como equilibrado contrapunto. En este caso no importa el
porqué o el cómo (mirad la prensa, cualquier político de nuestro amado país ha
hecho peores cosas que estos personajes), sino más bien el quién.
Werneg
Herzog (sí, el director ese que no sabe quién es Abel Ferrara) no pretende dar
miedo. Pese a interpretar un personaje malvado cuya motivación y fin (la pura
supervivencia, nada más; en fin, se queda quieto en casa y tampoco le pasa
nada) son tan endebles, con unas características biográficas y físicas
esperpénticas, su interpretación es contenida, hierática. Un poco fuera de
lugar dado el carácter humorístico, en ocasiones cartooniano, del conjunto. A
su lado surge con fuerza un sorprendente Jai Courtney, el único que parece
tomarse algo (tampoco mucho) en serio su personaje, interpretando con
convicción un secuaz que oscila entre el guerrero fiel y el chico de los
recados. Una buena noticia dado el próximo estreno de La jungla: Un buen día
para morir (John Moore), donde interpreta al hijo de nuestro policía de Nueva
York favorito. Frente a ellos, además del ya comentado semidiós Cruise, y unos secundarios
y acomodados “vengo por el cheque y me voy sin que se note” Richard Jenkins y
Robert Duvall, tenemos a Rosamund Pike, la clásica (insisto en la ordinariez formal
del guión) chica florero, que nos regala la peor actuación que he visto en
años. Pese a la ligereza de la propuesta, sigo sin dar crédito a lo visto.
Mirad sus miradas. Buscad matices. Suerte. |
Siendo
Jack Reacher una película de índole puramente comercial, sorprende —para bien—
la distribución espaciada y elegante de las pocas escenas de acción que hay en
el film —teniendo en cuenta que el tercer acto está formado casi en su
totalidad por un tiroteo—, y la solidez con que están rodadas. Dejando claro
que estas minúsculas set pieces no
nos descubren nada nuevo bajo el sol, hay que reconocer que Christopher
McQuarrie planifica con meticulosidad los diferentes estallidos de violencia,
desde un par de peleas simples pero bien coreografiadas —en concreto, la
segunda, en la casa de cierto personaje, es ejemplar, física, dura e incluso (en
coherencia con el resto del film) graciosa— a una persecución espectacular,
exenta (o eso creo) de efectos digitales, filmada con cierta originalidad
gracias a unos travellings que, desde una posición alejada, se acercan
invasivamente a los coches, y manteniendo siempre al espectador consciente de
la posición y situación de cada uno de los perseguidores mediante una
visualización del espacio, en base a un excelente montaje, poco habitual en el
cine de acción de la última década (tómese como referente la segunda película
de Michael Bay —La Roca, 1996— o la saga de Bourne, por poner dos ejemplos
opuestos, y el caos reinante en sus, eso si, mucho más vigoréxicas persecuciones).
En cierto modo me recordó a la persecución final de La fría luz del día (Mabrouk
El Mechri, 2012), secuencia que representa un oasis de calidad en medio de, sin
ningún tipo de duda, una de las peores películas del pasado año.
En medio del marasmo de películas realizadas por
y para los premios –muchas de ellas de una calidad encomiable- Jack Reacher
emerge como la alternativa del llamado entretenimiento puro y duro. Sus excesivos
130 minutos de duración no hacen mella en el espectador. Su ritmo
constante, su equilibrio entre acción y thriller de simpleza bestsellera y un
agudo y marcado sentido del humor hacen de esta película una buena alternativa
para aquellos que quieran dejar el cerebro en casa. Tom Cruise, distanciándose
de ambiguos agentes secretos y torturados experimentos de la CIA, presenta su
candidatura a clásico héroe de acción, aquel que mientras mata a su némesis te
suelta el chascarrillo. En unas semanas Willis, Schwarzenegger y Stallone, cada uno por su lado,
volverán para poner las cosas en su sitio.
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