Debo
dejar claro, antes de entrar en cualquier consideración respecto al film que
nos ocupa, que mi conocimiento de Thor se reduce a ciertas lecturas aisladas:
Siempre Vengadores, de Kurt Busiek y Carlos Pacheco, la versión Ultimate (con
ese Thor antisistema que ideó Mark Millar) y al especial que escribió Garth
Ennis —Vikingos—, que deduzco poco o nada debe
tener que ver con el Thor clásico, pues Ennis, además de un escritor brillante,
es un especialista en ridiculizar y eliminar todo halo místico que pueda tener
la figura clásica del superhéroe (Hitman) y en tratar la adquisición de
superpoderes o habilidades especiales como algo nocivo, similar a una
enfermedad (The Boys, Predicador). Desconociendo los referentes clásicos me
ceñiré al aspecto meramente fílmico, dejando de lado cualquier comentario sobre
la adaptación, si bien quisiera dejar claro que mi punta de vista es
inamovible: cine y cómic (o literatura, que sería otro ejemplo) son lenguajes
diferentes, y cómo tales deben ser tratados. Pretender que haya adaptaciones
literales a estas alturas me parece ridículo, si bien a la hora de trasladar
determinado personaje a cine o televisión es de recibo que deban respetarse los
aspectos básicos que lo hayan definido históricamente. En el caso del cómic, si
nos referimos a personajes de Marvel o DC con décadas de historias a sus
espaldas (y decenas de autores que han intervenido) la cuestión se torna más
peliaguda.
Dicho
esto, Thor: El mundo oscuro no deja de ser un divertimento más de Marvel, y justamente
eso debe ser, un mero entretenimiento —de casi dos horas de duración— que comparte todas las
características del resto de productos Marvel, guión simple de manual,
dirección impersonal, excelente nivel técnico, violencia light sin sangre y
mucho humor, incluso diría que excesivo y en ocasiones al límite del género.
Por momentos El mundo oscuro parece querer convertirse en una comedia romántica.
Chris Hemsworth feliz tras arrebatarle el papel a Hugh Grant. |
Su
director Alan Taylor, con poca experiencia en cine pero una amplia carrera en
televisión —ha
dirigido capítulos de… casi todo: Sexo en Nueva York, En terapia, Mad Men,
Perdidos, Roma, Los Soprano, Boardwalk Empire y Juego de Tronos, que le
permitió dar el salto— ha pasado por un pequeño infierno para finalizar la película.
Cuestionado por Marvel, es difícil saber si el resultado final se debe
enteramente a él o el montaje ha sido impuesto por la productora. En todo caso,
la película flojea a la hora de mostrar lo que deberían ser sus mejores bazas:
las escenas de acción son horribles, en concreto las luchas cuerpo a cuerpo.
Aquellos planos generales, de gran escala, épicos y, en mayor medida, generados
completamente por ordenador, cumplen a la perfección, pero el resto es caótico
y pobre. Algo similar pasa con la representación de Asgard. Con mucha mayor
presencia que en la primera parte, donde se criticó que el film transcurriera
principalmente en la Tierra, su representación gana en espectacularidad, donde
no se limita a ser la mera postal que nos mostraba Kenneth Branagh pero que,
cuando baja de las alturas (las naves sobrevolando Asgard es de lo más
espectacular del film) se limita a mostrarnos alguna estancia más del palacio
de cartón piedra y alguna taberna, cuyas escenas están rodadas sin demasiado
alarde, como si Alan Taylor siguiera en el plató de Juego de Tronos y debiera
controlar férreamente los planos porque el ajustado presupuesto no permite
mostrar más.
El
guión, escrito por el dúo Christopher Markus y Stephen McFeely (Las Crónicas de
Narnia; Capitán América: El primer vengador; Dolor y dinero) y Christopher Yost
(que hasta ahora había escrito innumerables capítulos para series de animación
de Marvel) se encargan de un guión impecable. Por impecable quiero decir que no
se salta ni una sola de las convenciones de la superproducción clásica, empezando
por un manido prólogo que “homenajea” a La Comunidad del Anillo y que, voz en
off de Odín (Anthony Hopkins cobrando el cheque de nuevo) mediante nos presenta
a Malekin (Christopher Eccleston), el malo de la película y un
tipo francamente aburrido. El líder los “elfos oscuros”, por pura endogamia,
desea un universo sin luz en el cual… estar a oscuras, qué se yo. El desarrollo
posterior del personaje no nos proporciona una motivación que vaya más allá de
odiar la estirpe familiar de Thor. La medida de la mediocridad y la pereza en
la escritura del antagonista se ve reflejada en sus secuaces, no tanto por Algrim
(Adewale Akinnuoye-Agbaje, visto en
Perdidos), el otro
“malo” del film con maquillaje propio, sino por la retahíla de ridículos elfos
oscuros con un nivel de detalle, inteligencia, comportamiento y función
narrativa que me recordó de forma poderosa a otros insignes secundarios de la
historia del entretenimiento televisivo: los masillas de los Power Rangers.
Esto me provoca nostalgia. Y no debería. |
Afortunadamente, pese a la perezosa narración —entretenida, por supuesto; manida, puedes apostar por ello— los guionistas tienen la fortuna de contar con un personaje como Loki (Tom Hiddleston). Cada aparición del hermano de Thor hace que la película crezca en intensidad, y pese a unos diálogos sonrojantes y encorsetados las escenas entre los dos hermanos muestran una química y un ritmo superior al resto del metraje. Tanto Chris Hemsworth, muy cómodo y creíble con este Thor responsable y maduro (con una elección final, básicamente sentimental, muy en la línea del mejor cine romántico americano) como Tom Hiddleston soportan el peso del film y consiguen que el drama catastrófico que asola los Nueve Reinos nos importe un poco. El guión consigue aprovechar la capacidad de Loki para el engaño y la ilusión, consiguiendo con ello los momentos más interesantes del film y un cierre que deja las expectativas muy altas. Loki sería un buen guionista, es tramposo y no parece tomarse nada en serio.
Como buen producto Marvel toda la película está sazonada con un humor simpático, blanco y suave como el algodón, elemento clave para que el gran público acepte sin demasiados problemas guerras de dioses, superhéroes con cascos y gemas del infinito. Le resta esa gravedad que en cambio tan bien casa con los productos de DC, que buscan un contexto cercano más realista, —la excepción que NO confirmó la regla fue Green Lantern. Una lástima—. Aún y así, el nivel de comedia roza el absurdo en los personajes humanos. Desde una Natalie Portman (Jane Foster) que sigo sin entender como tolera su personaje/florero —forzando el guión para provocar que ella sea una de las claves del film—, a un Stellan Skarsgård pasado de rosca, con un personaje totalmente destrozado que pulula por el film en paños menores, pasando por los becarios (Kat Dennings y Jonathan Howard), sacados directamente de una teleserie de enredos. ¿En serio? ¿No es suficiente tener a Thor cogiendo el metro?
Ni siquiera se aprovecha
el triángulo amoroso que se intuía en el tráiler entre Thor, Jane y Sif (Jaimie
Alexander), que se acaba quedando en un par de miradas de soslayo. La última
vez que contemplé tamaño despliegue sentimental creo que estaba en el
instituto. Cabe la posibilidad de que esta subtrama se haya quedado en la sala
de montaje, pues bien es sabido que los dirigentes de los estudios
cinematográficos, hombres sabios y capaces, bien saben lo que el público
quiere: menos personajes con motivaciones humanas y más chistes sobre becarios.
Como
todo buen guión en tres actos, todo acaba con una batalla. Dicha escena resume
a la perfección la irregularidad de la película: contiene ideas fantásticas, propias
de un sci-fi muy digna; momentos de pura vergüenza —una película con este nivel de producción no
puede permitirse planos como el de Natalie Portman y Stellan Skarsgård trotando suavemente mientras manipulan un
maldito aparato electrónico y siendo perseguidos por una tropa de masillas (los
cuales, viendo la belicosidad de dicha especie, deduzco que han sido
entrenados, física y mentalmente, para la batalla) incapaces de darles caza—; y un final caótico que funciona
por acumulación: de efectos, de ruido, de caos; con una justificación teórica a
la que, como es habitual, se puede hacer oídos sordos.
Dentro
del universo cinematográfico creado por Marvel, esta película tiene la misma
función que cualquier episodio situado en la parte central de una temporada demasiado
alargada, un mero nexo de unión entre arcos argumentales. Cuesta encontrar una
película de Marvel con entidad propia y donde el director muestre algo de personalidad y que no parezca una mera preparación para el próximo film de
Los Vengadores. Queda esperar a que Los Guardianes de la galaxia de un paso más, no sólo por atreverse a contar una historia sin que la Tierra esté presente (lo que implica un reto para contentar al gran público no consumidor del material original). Por cierto, hay dos escenas post-crédito, lo que denota la estructura de serie televisiva que Marvel ha adoptado definitivamente para contar su mega proyecto cinematográfico.
A todos los que nos encantan la películas de avenura, acción y un poco de fantasía creo que Thor nos fascina y sabemos que es de las mejores producciones de Marvel.
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