En el Festival de Sitges hemos visto emerger
a directores hasta esa fecha desconocidos pero que luego se han convertido en
grandes nombres: desde Peter Jackson, Sam Raimi o Quentin Tarantino pasando por
Santiago Segura o Alex de la Iglesia; ahora Jim Mickle es uno de los hijos
predilectos del Festival de Sitges, donde ha presentado todos sus trabajos
hasta la fecha: desde la simpática Mulberry Street ( film hecho con cuatro
duros pero atmosférico, muy recomendable, sobre unos hombres-rata en un Nueva York
tétrico ), el estupendo film apocalíptico Stake Land ( 2010 ) pasando por el correcto remake de la cinta mexicana Somos lo que hay titulado We are what we are ( 2013 ) y ahora esta inmersión en el cine policíaco donde se adapta una
novela de John R. Lansdale, escritor de serie B que también fue el creador de
la novela Bubba Ho-Tep, cinta con cierto culto dirigida por Don Coscarelli.
La acción se sitúa en Texas, donde el
vendedor de marcos Richard Dane ( Michael C. Hall, en su mejor trabajo
cinematográfico ) mata a un asaltante que ha entrado en su hogar. Sera
declarado inocente por la ley pero el padre del ladrón, Russell ( un silencioso
pero penetrante Sam Shepard ) iniciará
una persecución contra el núcleo familiar del protagonista. Pero todo cambiará
cuando descubran que el ladrón no era el hijo de Russell y se descubra un
submundo tétrico y aterrador; tanto , que se unirán al detective Jim Bob (
impagable Don Johnson ) se unirán para poner fin a esos hechos desconocidos y
ocultos.
Directo al grano y con una narración absorbente
y sin peros, Mickle consigue una cinta que une el western y el cine noir, llena
de secretos, giros argumentales y personajes duros, como manda el género, si
bien subvirtiéndolo en ese giro que se produce en el tercer acto y que le da un
plus de dureza al conjunto, convirtiendo lo que podría ser un thriller tópico
sobre amenazas e invasiones caseras en una dura historia sobre pecados y
pecadores o el rechazo del padre hacia su hijo en un ajuste de cuentas. Así el
certero guión y la puesta en escena se unen junto a las estupendas
interpretaciones de su elenco dándonos una cinta de aroma ochetentero ( esa
música con sintetizador, esa estética en el vestuario y peluquería ), cine
negro de pura serie B.
Destacar poderosamente el trabajo del trío
protagonista: desde un Michael C. Hall que por fin escoge un papel
cinematográfico a la altura de su talento pasando por esa veteranía y saber
estar que imponen tanto Sam Shepard ( su mejor papel en años ) como Don
Johnson. El primero con un personaje duro, que hace de su silencio y su
presencia física su mejor arma si bien la mirada del actor sabe trasladar el
dolor de su personaje en el clímax final. ¿ Y qué decir de un recuperado Don
Johnson? No hay que más que ver su arrolladora entrada en escena, con este
personaje made in Texas y su vestimenta como mejor arma para describirlo.
Quizás el eslabón débil sea el propio protagonista, donde en un punto concreto
de la historia no debería seguir estando presente, pero el mismo es la bisagra
para luego entrar en ese submundo tan pútrido y oscuro.
Una estupenda cinta con aroma de western,
duro y violento, con la violencia y el dolor de un padre como signos
descriptivos en la, posiblemente, cinta más redonda de su emergente director, capaz de entregar una cinta que no duda en entrar de lleno en diferentes géneros y salir homogénea y airosa de esa atrayente mezcla.
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