domingo, 22 de julio de 2012

(Crítica) El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace (y II)

Épica a cualquier precio.

Niñas, niños, esto está lleno de SPOILERS. Es inevitable. O si lo es, pero no sabría de qué hablar entonces. Si no has visto la película, espérate y disfrútala en el cine. No es perfecta, pero es un ejemplo, al igual que lo son sus dos predecesoras en la saga, y en general todo lo que hace Nolan, de cómo debería ser una gran superproducción. Grande, épica a un nivel casi wagneriano, intensa, tensa, divertida y con un cierre de pura (y manipuladora) emoción.

Nolan es obvio, mucho. Vale, no me estaba refiriendo al final de Origen, pero incluso ese último onanismo mental cobra sentido dentro de esa megaestructura armada por Nolan entorno a los sentidos,  puestos que son ellos – vista, olfato, oido, gusto, tacto, arácnido  – quienes hacen posible el proceso nervioso conocido como percepción. La percepción de aquello que es real y que no. Nolan se tira casi una hora de Origen explicándonos una y otra vez como funciona el mundo de los sueños, como trabajan ellos, en qué consisten los niveles, que peligros entraña (si no hay peligro no hay interés, guionistas; tampoco estaría mal empatizar con los personajes) morir en un sueño, etcétera. Si la película necesita un par de visionados no es por la complejidad de su propuesta sino por la cantidad de información a asimilar. En el otro extremo está Primer. Como decía mi abuela, “ni tanto ni tan calvo”.

Cuando insisto en que es obvio no lo hago de un modo peyorativo, su concepción de espectáculo cinematográfico, porque con todas sus imperfecciones es un espectáculo descomunal, implica una estructuración al detalle de la película, ya no al nivel básico de guión –con sus tres actos, especialmente respectados en su trilogía del murciélago, si bien extendiendolos exageradamente- si no incluso al comportamiento y devenir de sus personajes, creando en este sentido una trilogía perfecta en cuanto al devenir de la historia. Quizá hubiera sido más fácil hacer una película tras otra de Batman cambiando al villano de turno y haciendo de cada entrega un nuevo round, pero Nolan se ha atrevido a contar su visión del héroe, que como expondré más adelante, no es Batman, es Bruce Wayne, lo cual ha acarreado ciertas críticas desde algunas posiciones que sostienen que este Batman, no es el Batman del cómic. Estoy de acuerdo. Con lo que no estoy de acuerdo es que sea criticable. Nolan, cerebral y racional como es, despojó desde el primer momento cualquier elemento mágico, fantástico o de ciencia-ficción que pudiera impregnar al cómic para explicarnos un Batman real, posible, factible. ¿Es factible que los enrevesados planes del Joker se cumplieran con precisión maestra? Es posible, improbable pero posible. No había ningún mago metido en medio la diosa Fortuna, puede.

Bajo esta premisa de “realidad absoluta” Christopher Nolan y su hermano Jonathan, autores del guión en base a una idea del primero y de David S.Goyer -ocupado con el guión de Man Of Steel- deben justificar tal entramado. Porque recordemos que esta película ha costado un quintal y pretende recaudar tres quintales. Eso implica que no sólo los fans del personaje, o los lectores acostumbrados a la narrativa del cómic, deben ir a ver la película. Ha de ir mucha gente, ¡pero mucha! Gente que de aquí a dos semanas irá a ver Prometheus y que la semana pasada fueron a ver Que esperar cuando estás esperando (y nos quejábamos del título español de The Dark Knight Rises). Por ello sobrecargan la película de explicaciones y justificaciones que lastran una narración que durante la mayor parte del metraje, teniendo en cuenta todos los elementos y personajes que mueve, fluye sin problemas. ¿Es necesario que Gordon, cuando Batman hace referencia a un flahback de la primera película, nos inserten esos segundos de la película original y además Gary Oldman tenga una línea de dialogo como “¡Bruce Wayne!”? Gordon lo entiende, nosotros entendemos que Gordon lo entiende (porque no es un hecho que nos haya sido ocultado, no tenemos el punto de vista de Gordon, no descubrimos las cosas junto a él), pero Nolan, que por un lado nos quiere hacer sentir respetados como espectadores al tramar un guión tan aparentemente enrevesado, nos acaba tratando como niños, porque al fin y al cabo es una película sobre ¿superhéroes?, cuyo cierre no admite interpretaciones como en Origen o Memento. Por ese mismo motivo, John Blake en realidad se llama Robin (no Dick Grayson, no Jason Todd, no Tim Drake). Como para no cambiarse el nombre. Igualmente cargante y sobredesarrollada, es la explicación a viva voz (encima aderezada con flashbacks) de todo el plan orquestado por Talia y de los orígenes de Bane y ella misma.

Todo ello es notoriamente criticable porque en la otra cara de la moneda tenemos una ejecución majestuosa y grandilocuente. Rodada con una perfección técnica casi insultante, unos efectos digitales usados sin excesos, como siempre hace Nolan, que están siempre al servicio de la historia, haciendo que el drama que se nos explica (porque esto es un drama, de la ostia) cobre dimensiones apocalípticas.

La fotografía de su habital colaborador Wally Pfister, no tiene crítica posible. Incluso el lenguaje cinematográfico que Nolan emplea siempre va un paso o dos mas allá que cualquier superproducción de estas carácterísticas, especialmente en la parte inicial del film, con planos muy cerrados, con nula profundidad de campo, que aisla al personaje,anticipa la sensación de aislamiento –Bruce en la prisión, la ciudad sitiada– que dominará la película, alejada del caos y la anarquía que buscaba el Joker.

La música de Hans Zimmer de nuevo se adapta como un guante a las imágenes, sacrificando la búsqueda de un tema principal definitoria del personaje y de su propio lucimiento personal, con un score que refuerza la tensión y la fuerza de las imágenes. Aún y así considero que la mejor escena de la película, y una de las mejores de toda la trilogía y de cualquier película basada en un cómic, es el primer enfrentamiento cara a cara entre Batman y Bane, donde se presciende de música para poder mostrar de forma tan cruda la caída del héroe, oyendo resonar sus gritos  de angustia e impotencia ante los atronadores golpes que le inflige Bane.
El conjunto sale ganando por encima de puntuales decisiones de escritura y dirección (inciso; sigo sin ser capaz de discernir si la elipsis que permite  tener a Wayne de vuelta a Gotham es un clamoroso fallo de guión –las transiciones de personajes desde un punto A a un punto B son muy desagradecidas de escribir- o si es una decisión de montaje para no llevar la duración de la película a un extremo absurdo), y a ello ayudan unos actores que, en última instancia, son los que elevan la película unos puntos, creando una empatía con el espectador necesaria para que todo la maquinaria de Nolan nos importe. Bale cree en su personaje, lo ha interiorizado y lo ha dotado de una riqueza que no muestra signos de agotamiento en esta tercera parte. La evolución de su personaje, desde un Howard Hugues de la vida a un mártir escapista, completa un enorme arco que ha evolucionado desde la primera entrega a su conclusión con una complejidad no vista en producciones de esta envergadura. Su némesis, Bane, recae en el siempre profesional y sacrificado Tom Hardy, que da una clase maestra de actuación gestual, y y un uso magnífico de su voz (no sé hasta que punto retocada en postpo), transmitiendo un miedo primitivo, mucho más físico que el que nos transmitía el Joker, con quien las comparaciones (como acabo de hacer) deberían estar prohibidas, son dos personajes completamente opuestos interpretados de forma perfecta. Las nuevas incorporaciones, Joseph Gordon-Levitt (puro carisma y naturalidad, junto a Fassbender y Gosling los mejores actores jóvenes del momento por mucho), cuyo inmenso protagonismo da sobradas pistas del desenlace de su personaje, y Anne Hathaway (para mi, su Catwoman Selina Kyle, es una sorpresa muy agrabable) mantienen el listón que los secundarios siempre han tenido en esta trilogía. A los habituales (Oldman, Caine, Freeman), pese a que por momentos parecen actuar con el piloto automático puesto, aportan su experiencia fuera de toda duda a unos personajes que han mantenido con increible dignidad y aplomo durante toda la trilogía. La pata que me cojea es Marion Cotillard, no tanto por su actuación, puesto que su transformación de idealista enamoradiza y sensual a hijaputasociópata es ejemplar, si no por un guión que la obliga a realizar este cambio quizá en un momento no demasiado apropiado, obligada a soltar una parrafada explicativa en medio de una escena de acción, cortando el clímax y el tempo y el ritmo y el rollo, con un final para su personaje muy forzado.

Como comenté antes, no es el Batman del cómic, cierto. A excepción de algunas historias aisladas, pocos arcos argumentales de DC focalizaban tanto sobre Bruce Wayne, que se limitaba, en la mayor parte de ocasiones, a ser la máscara frívola y superficial que permite a Batman moverse por la sociedad. Esto lo explicó Tarantino bastante mejor en Kill Bill, en referencia a Superman.  Nolan ha hecho su trilogía sobre Bruce Wayne, sobre un hombre y su venganza, su sentido del deber y responsabilidad, sobre unos ideales que, si nos ponemos a mirar con lupa, personalmente me plantean unas dudas  que pueden hacerme sentar mal las palomitas. Afortunadamente, o no, Nolan planta las semillas de una reflexión política que en ningún momento llegan a germinar adecuadamente. Perdón por la metáfora. Al incio del film tenemos la ley Dent,que permite encerrar a los delincuentes pertenecientes al crimen organizado sin posibilidad de optar a la libertad condicional. ¿Qué tipo de pruebas se necesitan para demuestra que alguien pertenece a la mafia? ¿Cuánto tarda un puñetero juicio en celebrarse? En las anteriores entregas teniamos a una policía incapaz y con las manos atadas, repleta de miembros corruptos. Tras la aplicación de esta ley, que haría las delicias de Artur Mas, la policía tiene mucho más poder y resulta, dentro de una sociedad limpia, perfecta, con individuos idealistas y justos. Nolan, al igual que Spielberg, cree en el ser humano, en su bondad, en su solidaridad. El Joker fracasó en su intento de derrumbar los muros morales de una sociedad aparentemente enferma (la secuencia de los ferrys es, en cierto punto, irritante), así que el plan de La Liga de las Sombras en esta tercera parte, cuyo esqueleto se asemeja profundamente a Begins, cerrando estructuralmente la trilogía, pasa por instaurar un estado marcial, bajo la excusa de una revolución (es imposible no relacionarlo con ciertos movimientos sociales que han surgido en los últimos años, los cuales se están intentanto criminalizar desde diferentes mass media), aislando la ciudad como si hubieran salido de la zona euro. Llegados a ese punto, si bien los cinco meses que dura el sitio pasan en un suspiro gracias a unas elipsis bien montadas, alternando el renacimiento de Wayne/Batman con la situación en Gotham, se echa en falta una mayor profundización en la situación social en la que queda la ciudad durante la dictadura de Bane & cía. Nolan plantea una estructura aparentemente compleja en la que tan sólo nos muestran la superficie, y le vale de sobra, porque al fin y al cabo nos encontramos ante un film de acción basado en un cómic. En la decisión final de Wayne, no la de abandonar el traje de Batman –su trilogía trata sobre Bruce Wayne, y el cierre está clavado-, sino en la de ceder su puesto a John Blake a.k.a. Robin, se refleja un posicionamiento ideológico, compartido y machaconamente expuesto por el personaje de Gordon-Levitt, según el cual la justicia ordinaria no es suficiente para combatir los elementos desviados de una sociedad aparentemente perfecta, de una ciudadanía que sólo sale a la calle a celebrar, tanto que la bomba ha explotado lejos y están a salvo (como si del meteorito de Armageddon se tratara) como que han ganado la eurocopa.

Todo guionista ha de elegir qué contar y qué ocultar y cuándo. Al principio somos partícipes de todas y cada una de las conversaciones que tienen Bruce y Alfred, el desencanto de este último al ver que Batman va a regresar –una magnífica adaptación del inicio de “El regreso del caballero oscuro” de Miller–, pero al final, eligiendo acabar con un forzado tour de force sentimental (que funciona, joder si funciona) nos oculta toda conexión entre Alfred y Batman, y sus planes.

¿Está condicionado el plano (especialmente el  contraplano) final en Florencia por el final de Origen?  Tras ver a Alfred soltar una llorera que parte las piedras, finalizar con un plano de su sonrisa mirando al vacío hubiera sido demasiado para determinados espectadores.

Tras tremendo final sólo nos queda ser optimistas. Repetid conmigo: Señores de Warner, no hagan más películas deBatman. O esperen al menos medio siglo, cuando nuestra memoria maltrecha por el paso del tiempo y el inapropiado uso de ipads hasta para follar haya carcomido la mielina que cubre los axones de nuestra neuronas y confundamos las visiones de Schumacher y Nolan”.

Ahora tocar esperar al previsible pack de la trilogía en blu-ray para poder verlas como lo que son, una única película dividida en tres enormes actos.

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