lunes, 19 de octubre de 2015

[Sitges 2015] Maggie



Maggie tiene la partida perdida desde el principio. Al anunciarse el film se unieron dos conceptos que por sí solos son interesantes pero que juntos pueden ser una bacanal: zombis y Schwarzenegger. En la mente disociada de los fans del austriaco ex gobernador de California —entre los cuales me incluyo, obviamente— se empezaron a formar fantasías onanísticas donde el siete veces ganador del Mr. Olympia masacraba oleadas de muertos vivientes con el arsenal que le sobró de Predator. Nada más lejos de la realidad.

Henry Hobson, en su debut como director, ha querido narrar una historia de muertos vivientes pequeña e íntima. Durante una epidemia, que transforma a los afectados poco a poco en zombis, Maggie (Abigail Breslin) resulta infectada e internada en un hospital. Wade (Arnold Schwarzenegger), su padre, recibe el permiso de su doctor para poder llevársela a casa y pasar juntos unos últimos días antes del fatal desenlace.


Es un film humilde y sensible, al que quizá se le notan demasiado las costuras indie del proyecto —fotografía, música, tempo—. Tiene tanto anhelo por alejarse del cine comercial y sobreexplotado de zombis que el ritmo se torna desigual, especialmente en la trama familiar, donde ciertas situaciones con la madrasta de Maggie se tornan reiterativas. En todo caso, la película mantiene en su mayor parte un universo de pocos personajes y la ausencia de escenas de acción, y muy pocas de tensión —aunque bien rodadas—, deja espacio para componer una estupenda reflexión sobre cómo afrontan los seres humanos cambios tan sustanciales en su vida de formas muy diferentes —es inevitable no verlo como una metáfora de la carrera de Schawzenegger—.


La protagonista principal es, como el título indica, Maggie, una fantástica Abigail Breslin cuya inclinación por el cine fantástico es admirable (hace un par de años pudimos ver en Sitges Haunter de Vincenzo Natali, un film de fantasmas que, aunque con un guión algo pobre, tenía ideas interesantes y era altamente disfrutable), y que compone un gran personaje cuya evolución, a medida que se vuelve consciente del alcance de su enfermedad, es poco habitual dentro de los cánones del cine de zombis. La relación con su padre es el eje sobre el que gira toda la historia. Y funciona. Funciona porque Schwarzenegger se ha atrevido con un papel que fácilmente podría reportarle más sorna que reconocimiento y que ha superado con creces. Me creo el amor paternal que le mueve a luchar por pasar, aunque sólo sea un minuto más, todo el tiempo posible con su hija, me creo sus miradas, me creo sus diálogos. Y me creo que, cuando es consciente de que no hay vuelta atrás, que se refugie y llore. Ojalá tengamos más papeles suyos así, como el de Maggie o el de Sabotage (David Ayer, 2014) alejados de los rudimentos del actioner. Soy el primero que celebra sus chascarrillos en Los mercenarios, pero no se puede estar toda la vida derrotando a Skynet.


Volviendo a mi primera frase: Maggie tiene la partida perdida, y es una lástima porque la combinación de zombis y Arnold Schwarzenegger no es la orgía de one liners, balas y vísceras que muchos hubieran deseado. Es algo para paladear, reflexionar y disfrutar en otros términos. Algo que no se parece ni a una película de zombis ni a una de Schwarzenegger.

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