sábado, 29 de diciembre de 2012

(Crítica) Desafío Total

Las bondades de lo impersonal 


La secuencia inicial, un “sueño” que no es tal de Douglas Quaid (Colin Farrell) –a estas alturas supongo que me puedo permitir vomitar spoilers sin cargo de conciencia-, resume el devenir de todo el film y las constantes estéticas que nos esperan: luces estroboscópicas, lens flares como si de un videotutorial de After Effects se tratara, acción rodada sin demasiados alardes, la cámara no se agita en exceso, todo resulta pulido, no demasiado estético pero lo suficientemente adrenalítico y misterioso confuso (si no conoces el referente anterior del cual pretenden no saber nada) como para intentar despertar nuestro interés. Bienvenidos al mundo de Len Wiseman, donde todo suena, donde todo es conocido. Como si de una reunión navideña se tratara, vuelves a la casa paterna, donde no hay sorpresas, donde te sientes seguro, donde ves a las mismas caras año tras año. Aunque deseemos haber evolucionado en realidad todo sigue igual. Agradable, ¿no?

No. ¿Aburrido?, sí.

Antes de dicha secuencia, unos didascálicos (textos sobreimpresos en pantalla, perdón por la gafapastada) junto a unas esquemáticas animaciones en 3D nos sitúan en el contexto de la historia. No es una mala elección (preferible a que un secundario dé la brasa durante el primer acto con un diálogo metido con calzador), ya que lo que nos explican es tan absurdo y está dirigido a un público cuya principal fuente de ocio son los videojuegos, pues coño, haz que parezca un videojuego.

Desde su plantemiento inicial ya nos queda claro el punto esencial: no hay ciencia ficción dura. Es decir, no hay Marte, no hay tecnología extraterrestre, no hay mutantes, no hay una mierda de todo lo divertido que tenía el film de Paul Verhoeven. Mirándolo bien, se puede considerar valiente y juicioso intentar distanciarse todo lo posible del film anterior. Lamentablemente toda la situación expuesta en este prólogo de PSP -tras una guerra química tan sólo dos islas (Gran Bretaña y Australia aka “La Colonia”) son habitables, los trabajadores de la Colonia viajan a través de la Tierra en un medio de transporte llamado “The Fall” (La Caída)- no da para más que el clásico espectáculo de acción inerte que hemos visto en cualquier película anterior de Wiseman. No importa tanto describirnos una situación social opresiva y cercana al esclavismo como presentar el puñetero “ascensor gigante”. Normalmente el primer acto se destina a presentar a los personajes y el mundo que habitan. Aquí el mundo no recibe más que un rápido vistazo (Blade Runner de mercadillo), para centrarnos en el puñetero “The Fall”, dejándonos bien claro su funcionamiento y vicisitudes aplicables a escenas de acción (esos segundos sin gravedad que tan cinematográficos son). ¿Por qué ese empeño?

Farrell, intentado olvidar a un tal Schwarzenegger.
Todo el puñetero tercer acto va a pasar ahí. En el momento de mayor desesperación del protagonista, cuando todo está perdido y tan sólo un acto heroico salvará el mundo, decidimos meter toda la acción de la película en un vagón de metro gigante. No es Speed, desde luego, no es original, no es especialmente divertido y la espectacularidad que muestra es vacua, mil veces vista. Podría hacer una comparación burda del tipo “esta película es al cine, lo que un Big Mac a la comida”. Pero la hamburguesa sabe a algo, indefinible y no aprobado por ninguna agencia gubernamental con un mínimo de honradez, pero sus condimentos hacen que te la puedas tragar con cierto placer culpable. La guarnición de esta película ni siquiera llega a eso.
Su final, pese a un pequeño engaño del tipo “el asesino aún no está muerto” no presenta mayores complicaciones, ni una mísera duda en la dicotomía real/irreal que llevarte a la boca. Dado el devenir del film podemos considerarlo una decisión honrada. Sus guionistas (Kurt Wimmer, que tras escribir y dirigir ese pastiche tan bien parido e inexplicablemente no estrenado en España que es Equilibrium (2002), se dedicó a escribir basurilla tras basurilla: La prueba (2003), Ultravioleta (2006), Un ciudadano ejemplar (2009), Salt (2010); y Mark Bomback, autor de La Jungla 4.0 (2007), La montaña embrujada (2009), Imparable (2010) o la próxima y esperadísima The Wolverine (2013), que en España se llamará Lobezno inmortal, ¡bravo!) conocen a la perfección el terreno en el que se mueven, dándole al público (o a lo que los productores tienen como concepto de público) una débil y patética estructura donde Len Wiseman, al que hay reconocer su profesionalidad, su militancia casi mística en el actual ideal hollywoodiense, pueda diseñar unas tan espectaculares como gastadas escenas de acción. Tiroteos pseudo-Matrix, persecuciones con coches voladores, persecuciones entre ascensores (detecto una cierta obsesión por esto, ¿está Wiseman expurgando algún trauma por quedarse atrapado de pequeño en uno?) o peleas con unos muñecotes que sobraron de Yo, Robot (2004), conforman la mayor apuesta de un film que, más allá de ser todo lo fútil e impersonal que resulta, no tiene ninguna tacha que echarle en cara. Al igual que al soldado se le supone el valor, la calidad técnica es la esperada y mínimamente exigible. Bonito y envuelto para regalo.

Homenaje, lo llaman.
Sus protagonistas, pues aún se siguen necesitando actores para estas cosas (o modelos, según decía Bresson, claro que el tedio de los aquí presentes poco tiene que ver con la inexpresividad y ausencia de emociones que exigía el maestro francés), tal como rezaba el título de una de las primeras películas de Woody Allen, cogen el dinero y corren. Colin Farrell cumple con uno de sus clásicos roles bipolares de “más perdido que un pulpo en un garaje/badass de la ostia” y Bryan Cranston, nuestro amado y adorado Walter White, sigue con la tradición que exige, si eres un consagrado actor televisivo, hacer mierdas como churros en cine. Pregúntenle a Idris Elba (de The Wire y Luther a Thor, Ghost Rider 2 y Prometheus) y a Michael C. Hall (de A dos metros bajo tierra y Dexter a Gamer). Afortunadamente Cranston ha demostrado tener un criterio más agradecido participando en grandes películas como Drive (2011) o Argo (2012). Finalmente el detalle que más me ha llamado la atención de todo el film, y único elemento destacable que me merece ser recordado, es la interpretación femenina. Obviamente no me refiero a Jessica Biel (más sosa que la comida de un geriátrico) sino a una sorprendente Kate Beckinsale. He ignorado durante años a esta actriz tan limitada y básica (una Milla Jovovich más) para acabar siendo gratamente sorprendido por su papel, una agente del gobierno que se hace pasar por la mujer de Douglas Quaid, siendo posteriormente la encargada de capturarlo, con una obsesión y encarnizamiento patológicos que sobrepasa su cometido profesional. ¿Pretendía Len Wiseman, saltándose la férrea censura hollywoodiense a todo mensaje políticamente incorrecto, colarnos una reflexión sobre la castración que supone para el hombre del siglo XXI el matrimonio? Siendo Kate Beckinsale su mujer, habría que tenerlo en cuenta. Especulen.

No hay comentarios:

Publicar un comentario