lunes, 11 de marzo de 2013

(Crítica) Anna Karerina

El exceso por encima de los sentimientos



Había ganas de ver como se volvía a adaptar una obra clave de la literatura rusa como es Anna Karerina, ese tocho inabarcable escrito por Leon Tolstoi, del cual se han rodado decenas de películas y miniseries; más sabiendo que detrás de esa nueva adaptación teníamos la nueva reunión del director inglés Joe Wright (quien fue capaz de darle un viso de modernidad a Jane Austin en su Orgullo y prejuicio ) y la actriz Kiera Knightley Junto a ella Jude Law y AaronTaylor-Johnson( Kick-Ass ) forman el triángulo amoroso.

¿Y es que como llevar a cabo una enésima adaptación de una obra tan alabada? ¿Siendo fiel al material de base ( por otro lado con una extensión muy considerable )? ¿Partiendo de un naturalismo extremo como las Cumbres borrascosas de Andrea Arnold o la reciente Grandes esperanzas basada en la novela de Charles Dickens y vuelta a rodar para celebrar el 200 aniversario del nacimiento del escritor inglés? ¿O haciendo un mix como Los miserables de Tom Hooper, donde por momentos crea una obra cinematográfica ( esos grandes planos aéreos, como el del inicio sin ir más lejos ) pero en otros se basa demasiado en su estilo teatral ( las barricadas de París )?

Wright decide darle una patina teatral a la película, en una decisión tan atrayente como arriesgada ( y llamativa, al menos en sus dos primeros actos ); el film se inicia con la subida de un telón en una sala de teatro vacía donde se irán alternando los diferentes decorados, en elaboradas coreografías de música, personas y planos secuencia ( ahora estamos en una casa, ahora en unas oficinas, una sala de baile, etc ), así como la parte superior del teatro simula ser las calles con sus extras o los (variados y recurrentes) viajes en tren son simulados mediante una maqueta del mismo; ¡ incluso rueda una carrera de caballos dentro de la sla! Así en la simbiosis de cine y teatro mediante elementos característicos de ambos géneros ( la música, los movimientos de cámara continuos, los decorados, las coreografías ) encontramos momentos majestuosos y muy llamativos a nivel estético, como la secuencia del baile o la oficina donde trabaja ( Matthew Mcfadyen), escena que resulta sorprendente pero que se repite una segunda vez habiendo perdido toda sorpresa. Así Wright disfruta de su cámara que no para quieta en ningún momento con numerosos planos secuencia ( recordemos la buena labor del director en este sentido, como el maravilloso plano secuencia durante la II Guerra Mundial en Expiación ), que anda unida a la constante música de su habitual Dario Marianelli.

Así el director se sitúa por encima de la obra que adapta y sus actores, para bien o para mal; al contrario que la muy criticada puesta en escena de los miserables las decisiones de Wright me parecen muy interesantes y, durante su primera hora, captan mi atención viendo cual será el siguiente movimiento o coreografía manierista a conjunto con la labor de los diferentes aspectos técnicos ( decorados, vestuario, música, foto ). Pero la extrema disposición visual llevada a cabo por el director acaba ahogando a la propia historia, la cual no expresa los sentimientos que pretende explicar, el relato acaba siendo tan o más frío que la personalidad de Alexei Karenin( Jude Law ); el ejemplo más palpable sería la escena del primer encuentro sexual entre Anna y Vronsky, el cual parece una extensión del spot que rodó Wright para Channel junto a la propia Knightley y el actor español Alberto Ammann.



Pero el director no es fiel a su idea de puesta en escena y entre su segundo y tercer acto da paso a grandes decorados, perdiendo el efecto conseguido con su atrevida puesta en escena inicial. Aquí también es cuando el relato sufre de un notable problema de ritmo, debido a la elipsis/poda que el dramaturgo Tom Stoppard ha realizado de la extensa obra de Tolstoi y su tercer acto apenas emociona, se convierte en tedioso y sin expresar los grandes sentimientos a los que está invocado esta historia de amor, fidelidad y apariencias.



Y toca hablar de los actores los cuales, en conjunto, son tan irregulares como la propia cinta: desde papeles secundarios y casi testimoniales como los de Kelly McDonald, Emily Watson, Michelle Dockery (una de las protagonistas del recomendable drama de época Downton Abbey ) u Olivia Williams hasta el trío protagonista donde destacaría especialmente a Jude Law quien tiene el difícil papel de marido cornudo: ver su pose seria donde parece que le duele más las apariencias ante el Comité ( es político antes que marido ) así como el sacramento del matrimonio ( sus vestimentas parece un cura ), y en sus silencios pasa por encima de Aaron Taylor- Johnson quien, en la primera parte de la cinta destaca en su labor de joven enamorado sin pensar en las consecuencias pero que, en su acto final, la poca química que le une a Kiera junto a la fría labor de la narración, hace que su labor sea menos destacable. Pero donde sí encuentro sentimientos es en la trama secundaria con unos excelentes Alicia Vikander y Domhnall Gleeson ( co-protagonista por cierto del maravilloso primer episodio de la segunda temporada de Black Mirror)  una historia de amor contada en segundo termino pero mucho más llamativa por momentos.



Una irregular cinta donde la pasión y el virtuosismo de su director queda por encima de la trama y los sentimientos de ésta, en una enésima adaptación de tan clásico de la literatura con unos actores correctos pero nada memorables.

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