Vengadores: La era de Ultrón se inicia con un espectacular plano secuencia que atesora todas las virtudes del cine espectáculo actual y es asimismo la perfecta traslación a la gran pantalla de uno de los elementos característicos del lenguaje del cómic (siempre preferí el término “arte secuencial”, acuñado por Will Eisner): una splash page, que bien podría haber sido dibujada por Bryan Hitch1. Raramente, exceptuando algún brillante momento de inspiración, en ninguno de los casi 140 minutos restantes de película volvemos a asistir a una inventiva similar. Entiéndase, Vengadores: La era de Ultrón es un blockbuster magnífico, espectacular hasta el tuétano, con una aglomeración de acciones en pantalla barroca, divertido e intenso, pero con una capacidad de sorprender inversamente proporcional a lo que aspira a recaudar.
Una vez presentado el grupo en el primer film, que funcionó mucho mejor de lo que nadie esperaba (teniendo en cuenta su absurda estructura donde el nudo quedaba obviado para pasar de un primer acto —la creación del grupo— a un tercer acto —la célebre batalla de Nueva York— sin mediar apenas una trama con consistencia propia) esta segunda parte tenía la oportunidad de profundizar en la relaciones establecidas entre los distintos integrantes del grupo. En cierto modo lo consigue, los mejores momentos de la cinta son aquellos en los que Joss Whedon muestra la intimidad de los personajes, como se interrelacionan, como buscan protagonizar su propia sitcom (a tenor de muchos de los diálogos, tan característicos del director —más cómodo en el papel de guionista— y que personalmente adoro), sus dudas y sus miedos gracias a un interesante uso argumental de un personaje tan magnífico del cómic, y tan bien trasladado a la pantalla aún y usando una ínfima parte de su potencial, como es la Bruja Escarlata (gran Elizabeth Olsen). Durante un tramo de la película, recurriendo en mayor o menor medida a tópicos, las alucinaciones toman protagonismo y proporcionan a la película una narrativa onírica que Whedon maneja realmente bien. Además, consciente de que sus mejores actores tienen los personajes menos agradecidos (y sin película propia) dedica las mejores subtramas a La Viuda Negra, mostrándonos un atisbo de su pasado que le da un aura más vulnerable (no sé si en detrimento del personaje, no así para Scarlett Johansson, que puede realizar una interpretación más completa que en anteriores entregas), a Bruce Banner y a Ojo de Halcón, que se lleva la palma: no sólo atesora las mejores frases de la película, lejos de querer situarlo a la altura del resto de superhéroes, Whedon decide potenciar el lado humano del arquero, la fragilidad de su cuerpo, su ausencia de superpoderes y su anclaje emocional, aquello que en última lo impulsa a actuar con ese fuerte sentido de la responsabilidad; Jeremy Reener consigue, dentro de esta locura con superhéroes, dioses y extraterrestres, destacar con su héroe de escala humanista.
Obviamente, los imperativos comerciales mandan y más pronto que tarde todo acaba desembocando en un continuo de escenas de acción de enorme escala (donde, siguiendo una de las principales normas de estilo de Marvel Studios, el acto final desemboca en una escena de gran destrucción donde haya implicada una nave; en el caso que nos ocupa no es una nave, pero más o menos se cumplen los requisitos) con el nivel técnico y visual excelso que ya se le supone, pero que acaba agotando, empachando cual comida de Navidad en casa de tu tía, una acumulación de efectos digitales tan mastodóntica que los detalles acaban siendo devorados por la intensidad de la propuesta, donde en ocasiones cuesta enterarse de lo que pasa en pantalla. Whedon ha evolucionado desde su estilo más plano y estable (televiso según algunos) de rodar la acción y parece haberse imbuido del nervio y fisicidad de los hermanos Russo, algo que quizá es más adecuado para batallas de menor envergadura. De menor envergadura digital, puestos a especificar. Si jugáramos a comparar con otro ejemplo más cercano, las escenas de acción de Guardianes de la Galaxia serían mucho más sobrias, sin que ello implique un mayor esquematismo o rigidez.
El principal, y realmente único problema que encuentro, aparte del hype —ese puñetero anglicismo que está destrozando la experiencia audiovisual pura y sin ambages— es la necesidad de establecer Vengadores: La era de Ultrón como un peldaño más dentro del pantagruélico proyecto que Marvel Studios ha montado. Esto ocasiona que nos encontremos con dos películas: por un lado tenemos a Ultrón, un gran villano que debe la mayor parte de su fuerza a la interpretación de James Spader y no tanto a un guión que se acerca con bastante simpleza todo lo relacionado con la inteligencia artificial —a poco que seáis aficionados a la ciencia ficción habréis visto y leído ejemplos mucho más interesantes y complejos, a excepción de una conversación inicial entre dos IA’s recreada en un espacio virtual caleidoscópico que bien podría homenajear los trabajos psicodélicos de John Whitney—, dando la sensación de “monstruo de la semana” como si de un procedimental televisivo se tratara. La otra parte del film no deja de enlazar acontecimientos pasados (se inicia con HYDRA, dentro de la mejor tradición naif de Marvel de sus villanos de opereta nacidos de aventuras ambientadas en la Segunda Guerra Mundial, obviando intencionadamente cualquier referencia a conflictos reales de nuestros días ) y futuros —Thor, por ejemplo, aporta: a) chistes sobre el Moljnir2; b) introducción a Ragnarok (y la esperanza de que por fin le dediquen una película decente a poco que no destrocen el fantástico material original)— que todos tenemos en mente, llegándome a cuestionar si no sería mejor que Marvel no hubiera anticipado con tanto tiempo su estrategia: es imposible no ver dentro de las relaciones de poder establecidas en el seno del supergrupo un anticipo de la Civil War.
Vengadores: La era de Ultrón no es el genocidio cultural que predica Iñárritu3. Es un gran blockbuster, intenso y abigarrado. Lo mismo de siempre, pero al igual que Fast & Furious 7, es lo mismo de siempre realizado de forma impecable. No es la panacea, pero estira sus límites hasta encajar dentro del establishment audiovisual de mayor aceptación. Si queréis giros que os dejen con las posaderas pegadas a la butaca, muertes de personajes principales, puntos de no retorno donde lo único que puedes hacer es revisar lo sucedido para cerciorarte de que no has confundido las palabras y los hechos, llanto y crujir de dientes y jurar —durante unos minutos a lo sumo— que “no vuelvo a picar con esta mierda”… LEED LOS CÓMICS.
Quisiera dejar claro que Joss Whedon tiene mi agradecimiento eterno: por hacer de la primera entrega de Los Vengadores una delicia y un sueño cumplido para muchos, por tratar con cariño a estos personajes que ama(mos) y por sentar las bases de un proyecto único —a expensas de ver que sale de las ambiciosas ideas de Warner/DC— que esperemos continúe con una tercera fase realmente arriesgada y visceral que arrancará, tras esa incógnita que como mínimo deparará algunos buenos momentos cómicos que es Ant-Man, con la tercera parte de Capitán América, una Civil War que: a) cuanto antes asumamos que se diferenciará muchísimo del arco argumental del mismo nombre que aconteció en los cómics, mejor para todos y para ese anglicismo de las narices que os encanta; y b) por personajes presentes y la magnitud de lo que pretende abarcar, por lo que vendrá después, y por los Russo, que se han ganado un cheque en blanco de crédito, espero una envergadura y bemoles mayores que en estos más que decentes y rutilantes y espectaculares y divertidos, y cualquier adjetivo superlativo que se os ocurra, pero al fin y al cabo conservadores y comedidos, Vengadores
Pese a todo ello, uno tiene su corazón, un corazón entrado en años y curtido por cientos de rastreras manipulaciones emocionales expelidas desde la pantalla y el papel, y cuando llevamos más de dos horas de acción titánica y diálogos de sitcom, cierto abotargamiento de los sentidos y un más que considerable empacho de filosofía existencialista de chichinabo, —OJO SPOILER— Wanda Maximoff es rescatada por Visión4, llevándosela volando en brazos y mirándose a los ojos, consiguiendo que el corazón atrofiado de este friki se estremezca por un instante al grito de: “¡Asi sí Whedon, asi sí!”.
1 Dibujante británico de, entre otros cientos de trabajos, The Ultimates, New Avengers y Age of Ultron; este último publicado en 2013 en Marvel NOW, con poco o nada que ver con la película presente mas allá de su villano principal.
2 En diferentes momentos de la historia del cómic, entre muchos otros, tanto Steve Rogers como Hulk han sido capaces de levantarlo.
3 Las adaptaciones de cómic sirvieron a Iñárritu como punto de partida para crear un personaje magnífico en una película no menos magnífica. Pretenciosa y pedante, puede, pero al mexicano se le perdona. Es mejor optar por tomárselo a guasa, como supongo que habrán hecho sus compatriotas Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón, maestros en eso de hacer cine genocida de cultura. Tampoco ayudan las declaraciones “poco correctas políticamente” de Robert Downey Jr., profesional de la zarandaja, gran aficionado a eso de medirse la polla. Puestos a exagerar, que es gratis y no hace daño a nadie, quiero aportar mi granito de arena:
Genocidio cultural es que el cine valga lo que vale. Genocidio cultural es que sólo haya una sala en toda Barcelona donde se proyecte Los Vengadores 2 en versión original. Genocidio cultural es que el imbécil que se sentó a mi lado en el cine no dejaba de mirar el móvil cada cinco minutos —a su favor he de reconocerle una regularidad germana: no discriminaba escenas de dialogo o secuencias de acción— con una pantalla que irradiaba más luz que las largas de mi coche. Genocidio cultural es que un puñetero día al año miles de individuos sin amor por la literatura salgan a la calle, hagan cola para que una sanguijuela televisiva les venda un puñado de papeles con basura escrita —probablemente por algún becario explotado— en ellos y digan que es la fiesta del libro. Genocidio cultural es Biutiful (bah, en realidad me gusta mucho. Sólo puntualizar que Rubén Ochandiano como policía corrupto del Raval es una idea que está mal a tantos niveles que me dan ganas de llorar). Genocidio cultural es seguir menospreciando el cómic.
4 Historia del cómic.
Buena peli, pero apabullante. Se extraña un poco de calma.
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