lunes, 19 de octubre de 2015

[Sitges 2015] Near Death Experience




Hace pocos meses me acerqué a uno de los primeros trabajos de Benoît Delépine y Gustave Kervern, Avida (2006), donde un sordomudo y dos adictos a la ketamina secuestran el perro de una millonaria obesa. Evidentemente es una comedia surrealista. Y lo de surrealista no es gratuito, no en vano, el mismísimo Fernando Arrabal tiene un papel en el film. La película, en blanco y negro, era loca, absurda, con un humor que fácilmente se atraganta en las entrañas, deudor tanto de Arrabal como de Jodorowsky, fundadores del Grupo Pánico, junto al pintor francés Roland Topor, en 1962, cuyo manifiesto versa así: “la locura controlada como supervivencia ante una sociedad en crisis de valores”.


Es comprensible que este tipo de manifestación tenga más detractores que seguidores, pero se me permitirá situarme en las filas de los segundos. Si nos podemos permitir una suspensión de incredulidad para ver a un hombre de Krypton volar, bien podemos hacer un esfuerzo y disfrutar de la divertida experiencia que proporcionan estos dos directores. Tras un par de películas más, Mammuth (2010) —interpretada por Gérard Depardieu, y que tiene más de un punto en común con NDE— y Le grand soir (2012), ambas también comedias airadas y combativas pobladas por personajes extravagantes, presentaron en 2014 Near Death Experience, sin lugar a dudas su película más seria hasta el momento, más oscura y solemne. Aun así, habida cuenta de su protagonista y estrella (y mi debilidad personal), Michel Houellebecq, el film destila una constante y sangrante ironía.


El escritor francés, autor de la maravillosa máxima “No hay que temerle a la felicidad, pues no existe” no participa en el guión del film, obra de los dos directores, pero su peso, su personalidad, o mejor dicho, su personalidad pública —un individuo tan apático y nihilista como los protagonistas de sus novelas— está presente en el (casi) único personaje, en contraposición a la retahíla de estrambóticos individuos que desfilaban por las anteriores películas del dúo, que desfila por la pantalla: Paul, un hombre hastiado que se ha cansado de vivir y que, enfundado en un ridículo mallot de ciclista, decide perderse por la montaña y suicidarse. La cosa es que conforme pasa el metraje, de largos planos y preciosa fotografía —que es lo que se dice cuando poco más hay que decir, aunque no deja de ser verdad que, pese al ajustado presupuesto y su filmación simple, la película es estéticamente bella, incluso teniendo el 99% del metraje la figura desgarbada de Houellebecq en el plano—, de aceradas reflexiones filosóficas que bordean la parodia y de pequeños sketchs, un nuevo tipo de vitalidad se abre paso y emerge haciendo al personaje claudicar de su objetivo inicial. Es esta deriva, ciertamente sorprendente, el que diferencia finalmente a Paul de los personajes protagonistas de las obras de Houellebecq, que no son sino un trasunto del propio autor y que éste ha llevado hasta el extremo recreando una imagen pública grotesca y polémica (por ejemplo, apareciendo en entrevistas televisivas vestido casi como un vagabundo) que posteriormente reflejó en El secuestro de Michel Houellebecq (Guillaume Nicloux, 2014).


Llegado el momento en que es difícil diferenciar hasta que punto los personajes se basan en el escritor o bien el autor ha ido transmutándose en aquellos caracteres que el creó para expresar su ideario por escrito, lo cierto es que la experiencia metalingüística que comporta una obra audiovisual con Michel Houellebecq de protagonista, siendo más fiel a su fuentes literarias que incluso su propia adaptación de La posibilidad de una isla (2008), enriquece la obra de Benoît Delépine y Gustave Kervern, que en cierto modo se hallan supeditados a la personalidad del autor galo. Llena de reflexiones punzantes, de todas las sentencias de la película me quedó bien grabada ésta: “Paul, hablas demasiado y no te suicidas lo suficiente”. Y espero que Paul, o Michel o quien quiera ser la próxima vez, lo siga haciendo.

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