Hace poco que se conmemoró el aniversario del
Caso Watergate, hecho histórico tanto por ser la primera vez que un presidente
de los Estados Unidos era obligado a dimitir, su importancia dentro de la
investigación periodística y porque dicho evento dio pie a una obra maestra del
séptimo arte como es todos los hombres
del presidente ( All the president’s men, Alan. J. Pakula, 1976 ).
Y es que la verdad es una de las máximas que
rigen el mundo, algo que se exige desde parámetros más generales a más íntimos:
desde los políticos que gobiernan, en representación del pueblo ( en teoría )
hasta llegar a la convivencia con tu pareja, la persona con la que compartes tu
vida y se supone eres más sincero. A su vez, desde un punto de vista
cinematográfico, la verdad se puede usar como elemento para construir thriller
e historias de misterio, donde la búsqueda de la misma sea el vehículo para
desarrollar apasionantes historias ( ¿ cuantas películas de Alfred Hitchcock,
por citar al Maestro, no se centran en esa recerca de la verdad ? ) o la
construcción de personajes. Todo esto lo ejemplifica a la perfección Kill the
Messenger, tercer trabajo en cine de Michael Cuesta, director curtido en
televisión - ha dirigido episodios clave de Homeland, serie con la cual este
film tiene caminos comunes : la conspiración a los más altos niveles, la
fractura del núcleo familiar debido a las actividades de ese “desequilibrado”
protagonista ( allí una agente de la CIA bipolar, aquí un periodista obsesivo
con su trabajo y con pecados pasados ).
El film se basa en el caso real del
periodista Gary Webb ( un estupendo Jeremmy Renner ) y como descubrió, de
manera casi accidental, una gran trama donde la CIA se encargaba de financiar a
la Contra ( grupo revolucionario nicaragüense ) con el dinero obtenido mediante
el permiso para vender droga en suelo norteamericano. Su lucha cual Quijote
contra todo y todos y como dicha investigación acabará por arruinar su vida y
su trabajo.
Matar al mensajero es un estupendo thriller
periodístico, con una primera hora que recuerda lo mejor de la ya citada ( y de
obligada visión ) todos los hombres del
presidente, construyendo un tenso y emocionante red de mentiras, secretos y
conspiraciones a los más altos niveles, con un cóctel formado por drogas,
agencias secretas y guerras en el extranjero pagadas con dinero sucio en una
historia que de tan increíble es hasta factible ; “ A veces los hechos son demasiado reales “, comenta el personaje de Michael Sheen (Master of sex ), en una
de las grandes citas del film.
Pero lo que podría haber sido un altamente
entretenido y emocionante thriller se destapa como algo más en una segunda
parte donde, en un momento preciso, está a punto de arruinar la cinta pero
acaba buscando un segundo camino hacia una lectura que hace aún más apasionante
este viaje, y esto es sobretodo gracias a la labor de Jeremy Renner; el eterno secundario, que busca un gran papel en
series como la saga Bourne, los
Vengadores o Misión Imposible –
sin conseguirlo – es el productor de la cinta ( el cual ya olió un jugoso papel
y lo consigue: es su mejor interpretación, sin duda) además de ser el motor del film, donde la
acción se desarrolla siempre a partir de él o teniéndolo como figura central,
la historia da una vuelta para acabar siendo la descripción de una obsesión que
está a punto de derribar a un ser humano, complejo y lleno de errores – la
turbia historia de su pasado con una
reportera -, la puesta en tela de juicio de un periodista usando las mismas
armas que el propio reportero ha usado para buscar la verdad; como se puede
tergiversar la realidad en beneficio mutuo y como el poder es capaz de
conseguir lo que busca, usando cualquier tipo de armas, sean legales o no,
morales o amorales. Su caída en desgracia, a pesar de todo lo que ha conseguido
desvelar, acaba haciendo aun más interesante la historia, y demostrando el
enorme talento de Renner en su complejo rol de Gary Webb. Su discurso final,
precedido de lo que debería de haber sido y que contrasta con la realidad, es
el mejor ejemplo de su caída en los infiernos.
Pero Renner no se encuentra solo, y nos
encontramos con un casting lleno de nombres famosos, muchos de ellos
provenientes de la propia televisión, como el director, aunque con papeles
secundarios ( Barry Pepper, Paz Vega,
Tim Blake Nelson, Andy Garcia, Oliver Platt ) cuando no casi testimoniales o cameos,
aunque con su importancia en la historia ( Robert
Patrick, Michael K. Williams o el garganta profunda del film, Ray Liotta ). Destacar a Rosemary DeWitt como la esposa del
protagonista, capaz de transmitir el amor, dolor y sufrimiento que hay en su
matrimonio con apenas su mirada o silencios, siendo el contrapunto perfecto de
Renner. Lo importante de estos personajes es que, más allá del renombre de los
actores son más personajes que sirven que desarrollar la historia que no
simples estrellas para llamar la atención.
Matar al mensajero acaba siendo un film harto
interesante en sus dos variantes, desde esa primera hora que se basa en el
mejor thriller político de los años 70 para después acabar siendo un drama
sobre el periodismo y la obsesión por la búsqueda de la verdad y como ese viaje
puede llevarte a donde tú no quieres, ser tu perdición y tu entrada en tu
infierno personal. En este sentido, dentro de su cambio narrativo, es
consecuente en cuanto a que su segundo acto – o más bien, la verdadera
intención del director – es consecuencia de esa investigación que parecía ya de
por sí apasionante para mantener el film, pero las verdaderas intenciones de
Michael Cuesta y su estupendo protagonista son otras.
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