Siendo paupérrimos los ejemplos de la cinematografía turca que llegan a España, con la notable excepción de los films del gran Nuri Bilge Ceylan, es pertinente celebrar que este próximo viernes 23 de septiembre por fin se estrena en España Baskin (Can Evrenol, 2015), un muy gozoso festival de sangre, vísceras y cultos del averno, ideal para cualquier cinéfago que se precie. Por ello, nada mejor que recordar su paso por el pasado Festival de Sitges.
Allí, el director turco presentó en 2013 su octavo cortometraje: Baskin. A partir de esta obra desarrolló su ópera prima que, dos años después, vuelve para presentar. El resultado es un arrebatador filme de terror que se desarrolla durante una noche, abiertamente gore y que abraza sin rubor alguno de los estándares del género y les brinda un sentido homenaje: Argento, Clive Barker, Stephen King. Ellos han formado parte primordial de mi educación adolescente (sí, así estamos, gracias). Parece ser que también lo han sido para Evrenol.
La película tiene una estructura muy sencilla y, en un principio, lineal, dividida en los clásicos tres tercios —introducción, nudo y desenlace— de forma demasiado esquemática, haciendo hincapié en el último tramo, donde la película, que hasta el momento era una decente película de terror policíaca, alcanza cotas magistrales de sordidez y salvajismo como hacía tiempo que no disfrutaba en una sala de cine.
Durante el primer tramo del film, un grupo de policías, formado por varios veteranos y un novato, pierde el tiempo en un restaurante hasta que son reclamados para atender una llamada en un edificio aparentemente abandonado. Esta larguísima escena, quizá demasiado —y que incluye referencias a Cataluña, el Barça y Arda Turan, supongo que en agradecimiento al recibimiento que tuvo su cortometraje en el Festival—, sirve para mostrar los vínculos de compañerismo que unen a estos hombres.
Cual película de David Ayer, nos introduce de lleno en una trabajada dinámica grupal, creando a la vez una indefinida atmósfera desazonadora con pequeños detalles aparentemente fuera de lugar e introduce apuntes en torno al policía novato, que sin convertirlo en el protagonista de la historia hacen que ésta pivote en torno a él, homenajeando así algunas de las más clásicas historias de Stephen King —como la relación entre Danny Torrance y Dick Hallorann, el cocinero del Overlook Hotel—, introduciendo cierta predestinación en los sucesos posteriores.
A Evrenol no le importa desarrollar la historia mucho más allá de esas concepciones sensoriales. El segundo acto de la película, con la irrupción en el edificio de marras, es caótico, no sólo por el tipo de filmación —de fotografía oscura, densa y cámara en mano, recordándome agradablemente a algunos de los mejores ejemplos del cine de terror francés de la última década, como Frontière(s) (Xavier Gens, 2007) o Martyrs (Pascal Laugier, 2008), objeto esta última de un insulso remake presentado también en Sitges este año—, sino más bien por una narración confusa, arrítmica, enfocada en su totalidad a situar los personajes en el tercer, maravilloso y glorioso acto.
La misa negra que centra la última secuencia, de casi treinta minutos de duración, liderada por el sacerdote Baba (Mehmet Cerrahoglu, actor no profesional cuya rara enfermedad en la piel, no lleva maquillaje en el film, le ha permitido entrar en el mundo del cine), desde ya un personaje que merece estar en el olimpo de los mitos cinematográficos, es cruel, sangrienta, visceral y, pese a la larga duración, de ritmo perfecto, cuya resolución nos revela una cara más de esta historia que, pese a nutrirse de múltiples fuentes, tiene la suficiente personalidad como para ser ella misma futuro referente de otros films.
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